A lo largo de la ría. - 1895
La estación del ferrocarril de Bilbao a Portugalete se abre entre el
puente del Arenal y el de la Merced; es un edificio aroso, esbelto elegante, de
hierro y madera, que trae a la memoria los chalets suizos; su construcción se
debe al talento del notable ingeniero D. Pablo Alzóla.
Paseo del Arenal y estaciones de
ferrocarril.
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En ella todo es moderno, más que moderno,
novísimo; los andenes se elevan a la altura de los coches; el tren consta de vagones
corridos con pasillos centrales, plataformas, pasadizos de comunicación, frenos
automáticos... La multitud se agolpa a los carruajes; siempre sucede lo mismo;
es incalculable el número de viajeros que va y viene por esta línea... La
locomotora ruje y chilla, se impacienta, se pone en marcha por fin. La luz
palidece de pronto; pasamos por debajo del puente del Arenal. Un grito de
entusiasmo, que muere en una exclamación de asombro, se escapa del pecho; he ahí la ría.
Los rieles avanzan por el muelle de carga y descarga, sorteando los
depósitos de mercancías y acompañando en un gran trecho á la ría que desliza al
lado su corriente mansa. Anclados en ella, casi recostados en el muro de su
cauce, unos detrás de otros hasta perderse de vista, se distingue una hilera de
grandes vapores, de goletas, de bergantines, que se comunican por un tablón colocado
en guisa de pasadizo del andén a cubierta, y por el que circulan
mozos cargados de fardos, o que introducen o sacan directamente los bultos en
la bodega por medio de una grúa tremenda, que suspende su garfa sobre el buque.
Una bandada de embarcaciones menores, de balandras, de barcazas de carbonero,
de botes pulula por el agua, bajando y subiendo.
En la orilla
derecha se descubren en primer término los casetones de la capitanía del puerto
y de los carabineros y los almacenes de hierro, apoyados sobre férreas
columnas, sirviendoles de fondo las espesas avenidas del paseo del Arenal, las Alamedas de la Estufa,
la Sendeja y el campo del Volantín.
El tren corre vertiginosamente, teniendo siempre a la izquierda una
barriada interminable de casas humildes, de jornaleros o de barracones que
revelan talleres. Allá, en la otra margen, surge un edificio suntuoso; es un
establecimiento de enseñanza de los jesuitas; aquí se le denomina la Universidad.
Tenemos en frente a Deusto.
Hemos llegado á Olaveaga; las casas continúan escalonándose; el tropel
de naves aumenta; la línea se separa a trechos de la ría como si se incomodara
con ella; se va por entre huertos, se dirige al campo, prefiere los árboles y
el maíz; pero bien pronto se arrepiento de su esquivez y torna a buscar
pesarosa el agua.
La ría de Nervión a su paso por Olaveaga.
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El terreno se encrespa, se
obscurece, se metaliza, desaparece
la vegetación. Comienzan a verse tranvías mineros que traen sartas de vagonetas
de mineral a los cargaderos de la orilla, volcándolo en el vientre do enormes
vapores ingleses; el hierro ha sustituido a las plantas; se adivina la
proximidad del reino de los cíclopes. Luchana el Desierto. El sol se ha nublado
súbitamente. Desde la ventanilla se descubre una cerrazón espantosa; los
pulmones se angustian, respiran con trabajo, se fatigan; el aire se enrarece,
la pesadez llega a hacerse insoportable; diríase que se camina por el vacío...
¡Dios santo!... ¿Qué ocurre?... Nada .. Es Plutón... Las grandes fábricas.
Primero están los Altos Hornos de los Sres. Ibarra, después la Vizcaya
do D. Victor Chavarri. Las dos fábricas ocupan millares de metros; son
extensísimas. Desde el vagón se distingue confusamente un hacinamiento de
cobertizos, de talleres de barracones que despiden una respiración formidable,
de hornos enormes tan altos y juntos que parecen filas de gigantes cogidos de
la mano, de chimeneas de todos los tamaños que arrojan sin cesar, a borbotones,
hiladas de vedijas pardas, grises, azulosas, blancas que soldándose en el
espacio, forman una cerrazón espesa que envuelve las grandes naves. Aquí la luz
es siempre cernida, mate, opaca de anochecer; el aire es denso,
enrarecido, transcendiendo a hulla. Los establecimientos se hallan difuminados,
desleidos, hundidos en humo; la tierra que se descubre es pelada, rojiza yerma;
las tapias sucias y caldeadas. En medio de esto inmenso remolino negro se
adivina un combate monstruoso, una lucha titanica; diríase que se oyen ayes y
quejidos. A trechos se divisan pupilas incandescentes, lenguas de llama. La ría
atraviesa por entre las instalaciones, sin reflejos, sombría, con un tono
sucio, de noche agria.
El tren continúa avanzando; el calor aumenta; se siente uno en pleno
remolino. El vértigo se apodera de la cabeza; a la memoria acuden las terribles
remembranzas del Apocalipsis. ¿Quién sabe si nos habremos metido sin saberlo en
un convoy de condenados!... ¡Ah!... Bendito sea Dios! .. El sol ha salido
bruscamente poniendo en fuga nuestra pesadilla... ¡Qué espantosa visión!...Los
hornos, las chimeneas, el humo, el vacio, lodo se ha quedado atrás... ¡Qué
alegre es la vida!.
Los Astilleros son demostración palpable de lo que puede la
voluntad del hombre; aquí se adivina un espíritu derecho, infalible, tenaz, de
acero; se presiente esa mano incansable que improvisa y ese entendimiento
profundo que crea. Para alzar el establecimiento en poco tiempo han debido
realizarse verdaderos milagros... Los astilleros resultan más humanos que las grandes
fábricas; en ellos trabajan hombres y no ciclopes... Ocupan también buena
extensión de terreno; el aspecto general que ofrecen es el de una gran fragua.
Debajo de los cobertizos se distinguen tirantes que suben y bajan, ruedas que
giran, émbolos que se mueven, obreros que machacan... ¡Quién sabe los talleres
que ha habido que improvisar!... De cañones, de forja, de carpintería; de
montaje.
En épocas de mayor atraso científico siquiera lo fueran de nuestra mayor
gloria, en la madre patria se construían las naves que llevaba a la pelea la
bandera española.
Los buques botados en España deberán de resultar más españoles.
Significan un esfuerzo gigantesco, significan un pedazo de la patria
sacrificado para costear su erección, significan una nueva era de vigor. ¡Dios
lo baga, Dios quiera que algún día se inmortalice su estandarte de combate
junto a los de aquellas galeras que vencieron en Lepanto y si llegara el caso,
y ojalá que no llegue, a los de aquellos otros navíos que supieron morir en
Trafalgar!.
Baracaldo. Fábrica de Altos Hornos de El Carmen. |
Siguiendo la costumbre del establecimiento dejo mi nombre en el cuaderno
de registro; quédese aquí como un humilde, pero ferviente tributo de entusiasmo
a estas industrias marítimas nacientes, símbolos de un futuro esplendor.
Junto al mar.
El Abra en medio; a un lado Portugalete en primer término y Santurce
cerrando el extremo del semicírculo; al otro las Arenas, y en la punta, y en la
misma posición, Algorta; al fondo el mar libre perdiéndose basta fundirse en el
horizonte; he ahí el aspecto que ofrece la embocadura de la ría de Bilbao.
De todos estos pueblos, Portugalete y las Arenas son los favoritos, las
estaciones predilectas de las golondrinas cortesanas. A la verdad, ambos
resultan encantadores; son dos nidos de gaviota apacibles; escondidos,
retirados, alegres; el primero aventaja al segundo, como población, el segundo
gana al primero en playa. Ninguno de los dos se parece en nada; Portugalete se
halla constituido por una manzana de edificios de piedra pegados codo con codo,
modernos, de fachadas elegantes, elevados sobre el piso, de suerte que todas
las entradas tienen escalinata. La calle, al menos la principal, es la cortina
del muelle que resulta una gran terraza.
Por detrás, en el monte se empinan otras casitas y una buena iglesia en
la que relucen en la verja las letras de oro de una frase del Evangelio;
adosado al muelle se interna en el mar otro de hierro larguísimo, prolongación
del antiguo; el Cantábrico no sabe las intenciones humanitarias de aquello que
se le antoja un puente, y nada más. Las Arenas es el reverso de la medalla de
su vecino; lo componen hiladas de hoteles de ladrillo con jardines diminutos, y
está desperdigado con aparente desorden; su muelle es también recio y robusto;
en ambos lugares abundan los techos de pizarra; lo que dá á las dos poblaciones
cierta fisonomía francesa.
He ahí la barra; la famosa barra de universal y temido renombre que
tantas víctimas se ha tragado. Al presente asoma sobre la superficie del agua,
agujereándola, el extremo de un mástil, debajo duerme sobre la arena, oculto,
un buque náufrago perdido. En apariencia aquí no debe existir peligro alguno;
sólo se distingue el oleaje manso,
sereno, apacible; nada más fácil que pasar el banco temible. Pero en el fondo,
ocultándose, a traición, existe la corriente impetuosa y cruel ávida de daños. La
desembocadura de la ría es una de esas grandes inmensas hipócritas que
destruyen de pronto con un fruncimiento de cejas. Esa punta de palo mayor que sobresale
de las olas trae á la mente muchas historias tristes. Quién sabe los barcos que
aquí se han hundido, cargados de mineral ó vacíos, en la misma casa, a las
puertas de la población. Y aún hay algo más cruel. En los días de galerna pasan
ante el abra, arrastrados por el huracán, buques prófugos que buscan
fondeadero, que van huyendo de la muerte, que ven la desembocadura de la ría y
que no pueden entrar o que son desechos si entran.
El muelle de hierro.
Las grandes luchas entre los naturales y el hombre ofrecen todas el
mismo resultado: la naturaleza triunfa, solo que el hombre acude al
entendimiento de que ella misma le dotó, y concluyo por imponerse y ser vencedor
siendo vencido.
Portugalete: Puente de Palacio y
muelle de hierro.
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Este sencillo razonamiento viéneme a las mientes a medida que avanzo por
el muelle de hierro, como dije antes, obra gigantesca de ingeniería, que
encubre y suspende por su atrevimiento...Un largo puente metálico arranca del
malecón de Portugalete y se interna en el mar .. El viaducto se sostiene sobre
un entarimado de férreas vigas por entre las que corre el agua .. Singularmente
en la marea alta que oculta las rocas, la ilusión, es completa; la punta hice
el efecto de una proa... Al enterarse uno de la misión del formidable pasadizo,
al espanto sucede la ternura...Tal muelle es uno de los dos biceps del futuro
puerto, biceps hercúleos debidos al genio moderno, que ceñirán el Abra famosa y
sujetarán para siempre la barra temible que tantos naufragios cuenta en sus
anales y tantas lágrimas vertidas por causa de sus corrientes y de sus bajos.
Cuando esa trabazón de férreas vigas tenga otra igual partiendo de las
Arenas, las olas quedarán vencidas y los buques salvados; habrá aquí unos brazos
tendidos siempre á los náufragos.
De regreso.
Es de rigor en esta visita a Portugalete, atravesar la ría en un bote y
volverse por el ferrocarril de las Arenas cumplida la costumbre el tren arranca
a escape, la línea es de vía estrecha; el material bueno, pero no tanto como el
de su camarada.
Ha cerrado la noche, faltaba el último encanto. La obscuridad no deja
distinguir los objetos; se camina en la sombra. A la derecha comienza a surgir,
desparramadas las lucecitas de las casan de la ribera y de
los barcos de la ría. De pronto se
ilumina el espacio con el resplandor de un incendio; sin saberse de dónde suben
inmensos penachos de llamas formados en fila: son las coladas de las grandes
fábricas. Las lucecitas débiles aumentan y se agrupan; pasamos por delante de los
pueblos que vimos de día y que destacan
confusamente su mole desigual; diríase que el horizonte se ha bajado al nivel
del suelo con sus millones de estrellas. Más fábricas iluminadas con focos eléctricos que brillan con blanca
suavidad de luna. Súbitamente rasga la penumbra una claridad; se acabó la expedición,
estamos en el campo del Volantín; en Bilbao. Buenas noches.
ALFONSO PÉREZ NIEVA
Publicado el 30 de Octubre de 1895 en
Revista de Navegación y Comercio
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