Desde Bilbao a Santurce.- 1957
Bilbao se despereza y mira desde el “bocho”
en que se asienta un horizonte hoy limpio, recortado de pronto por el anillo de
sus montes. Un cerco que sólo permite la escapada de los ojos, aguas abajo, por
la ría. Un cerco que sólo permite la escapada de los ojos, aguas abajo. Por la
ría. Son las siete de una mañana extrañamente soleada. Las gentes van de prisa
a los lugares de trabajo. Una riada humana se desborda en las calles, camino de
las fábricas.
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La
ría y al fondo el monumento a Churruca.
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Zorroza, Luchana, Baracaldo, Sestao,
Portugalete. Los barrios y los pueblos que se alzan a izquierda de la arteria
industrial de Vizcaya, esa ría ancha sembrada en esta orilla de Altos Hornos,
de astilleros, de unas cuantas docenas de factorías importantísimas, de un
centenar de fábricas que tienen a esta banda de agua ennegrecida por corazón
que todas necesitan.
El tren arranca suave junto a un costado del
puente de la Victoria.
Zorroza. Todavía es Bilbao. El último barrio
que por aquí le crece a la ciudad.
AL
GUARDAGUJAS LE MOLESTA EL HUMO
Unos cuantos hombres beben y charlan
animadamente en el bar. A las ocho en punto tienen que estar en el trabajo.
-La S.E.I.D.A. está
cerrada.
Aquí tiene su fábrica de carrocerías
metálicas esta Empresa española que ha lanzado al mercado los primeros
trolebuses construidos en nuestra Patria. Al día siguiente volverán los obreros
de sus vacaciones y todo marchará al ritmo de antes, al movimiento acelerado de
siempre. Ahora son ellos los que se empeñan en invitarme. Está al caer la hora
de empezar los sudores y con ellos me marcho hasta la fábrica. Todos trabajan
en Industrias Químicas Canarias. El complejo mecanismo productivo se pone en
marcha rapidísimamente. Diez minutos después un camión ya cargado frena sus ruedas
sobre la báscula. Cuatro hombres se cuelgan del techo agarrándose a las
viguetas de hierro. Un aparato eléctrico va cargando de sacos un segundo
camión. Del techo va cayendo el mineral formando en el montón estalagmitas
caprichosas que se desmoronan para que otras se alcen.
-A veces eso se pone como
si fueran los Picos de Europa.
El guardagujas de la estación es un hombre
sano. Gallego de nacimiento lleva por estas tierras treinta y cinco años
justos.
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La
central térmica de Burceña, que será inaugurada en breve. |
-Aquello que hay junto al andén es una
fábrica de jabón.
Me
señala con el dedo cada cosa. Allá arriba el sanatorio Tres Cruces, una de las
instalaciones sanitarias más importantes de España, propiedad del Seguro de
Enfermedad, alza su tripleta de airosos pabellones. Más cerca a la derecha la
central térmica de Burceña, ofrece al visitante una conquista nueva de la
industria nacional. La central, que será inaugurada uno de estos días,
producirá energía eléctrica con carbón y fuel-oíl. Una de las más modernas de
este tipo ha sido importada de Norteamérica e instalada por técnicos americanos
y españoles al servicio de Iberduero, que es la sociedad propietaria. Será
empleada especialmente en épocas en que disminuya la producción de energía hidroeléctrica.
Tiene barcos propios para llevar las escorias al mar y para traer el carbón
necesario hasta la central. El Barco que trae el combustible se llama “Marques
de Arriluce” en memoria del primer presidente de la Hidroeléctrica Ibérica,
asesinado por los rojos a bordo del barco prisión “Cabo Quilates”. El que
transporta los residuos se llama “Arteche”, en honor del actual presidente del
Consejo de Administración. Conde de Arteche, de Iberduero, la compañía formada
por la fusión de la primera con Saltos del Duero. Al fondo una columna de humo
dibuja un hongo atómico y negrísimo.
Las edificaciones de este importante lugar
de sacrificios ocupan una superficie dilatada. Más allá una fábrica dedicada a
la quema de sebos y grasas, llena el ambiente con un olor que molesta.
-Antes no había aquí tanta
fábrica. Zorroza era, eso sí, el cementerio de los coches viejos. ¡Por que aquí
se arreglaban todos los cacharros! Pero no había humo ni estos ruidos que
vuelven a uno loco.
Los entendidos decían que estas industrias
matarían a las plantas. Pero el guardagujas cree que a quienes mata es a las
personas.
Y allí lo dejamos con su sonrisa de
despedida sin terminar diciendo “no hay de que” a las gracias que le doy y un
“nunca viene mal” al cigarrillo que le ofrezco.
Atrás queda Zorroza con sus calles
retorcidas aireando en los balcones las ropas que pusieron la víspera sus
dueñas a secar. Las tiendas van abriendo sus puertas al comercio. Los bares ya
hace tiempo que despertaron al negocio. En la base automovilista del Ejército,
pegada a este barrio bilbaíno, reina la actividad desde temprano.
MAS
QUE ESTO HAY EN EL BARRIO
Luchana pertenece a Baracaldo. Pero hay en
este barrio media docena de factorías encuadradas en la primera línea de la
industria española. Es del todo imposible visitar una a una. La Lube-N.S.U. es
la razón social que comprende la firma nacional a la casa alemana de prestigio
mundial ha aportado herramientas, máquinas y la colaboración técnica precisa
para hacer el milagro de que salga una moto completa cada doce minutos. Todo
perfecto y rápido. Un probador –hay cuatro- sale con ella disparado por la
pista aperaltada que rodea la fábrica hacia un camino infernal que sube monte
arriba.
-No todos valen para
probadores -me dice el señor Sanchez de la Subdirección.– Agunos buenos
corredores no han servido para eso. Hace falta una sensibilidad especial.
Asusta verlos salir
lanzados sendero arriba. Pero solo uno de ellos ha sufrido hace poco un
accidente. La barra de protección no estaba echada y gracias a una hábil
maniobra no se estrlló contra un tren que pasaba en aquel momento.
Cerca de nosotros
está la Sefanitro, esa gigantesca Empresa de interés nacional que muy pronto
producirá anualmente 180.000 toneladas de sulfato amónico.
Aquí la preocupación
social es algo que salta a la vista. Basta ver el botiquin con toda clase de
instalaciones precisas para su fin. Hasta allí llegan no solo los heridos de la
fábrica, sino cualquiera del pueblo que lo necesita. Unos bidones me llaman la
atención.
-Son de aceite- me
dicen -. Los traemos desde Jaén y los vendemos a los obreros muchas veces a
menor coste, según el número de hijos que tengan. Los comedores de obreros y
empleados son una maravilla. Ventilados y limpios, invitan a la alegría con sus
jarrones de flores colocados con profusión. Mas de 500 obreros comen en el suyo
completamente gratis. La comida es abundante y variada. Solo se cobra el vino a
quien lo pida. La botella de tres cuartos a 1,25.
-Casi todos lo
piden- me dice el cocinero.
La razón es que no
les dejan llevar botellas al sitio de trabajo. Ni fumar, tampoco. Para eso
tienen salas a propósito donde pueden hacerlo.
-Porque si fuman por
allí –me informa un técnico- ellos mismos resultan perjudicados en la salud.
Además puede haber un escape de gases y originar una catástrofe espantosa.
Por Navidad todo el personal de la fábrica
–unos 1000 hombres- reciben un racionamiento especial y voluminoso donde no
falta de nada. Y también por entonces se rifan entre los obreros media docenita
de cerdos criados con las sobras de la comida.
-Todo este
tinglado que usted ve –dice el jefe de control térmico- sirve para
realizar lo que voy a explicarle en cuatro palabras.
Y en una sola cuartilla me hace ver cómo
llega el gas de las baterías de cok desde los Altos Hornos. La Sefanitro se
aprovecha del hidrógeno y el resto lo devuelve a su origen. Por otro lado del
aire quitan el nitrógeno y el oxigeno lo envían, para su aprovechamiento, a la
Sociedad Española e Oxigeno. Del nitrógeno e hidrógeno combinaos resulta el
amoniaco. Me sigue explicando que de la pirita se prepara el SO2, que en las
torres de contacto pasa a ser SO3 y en absorción con agua se forma el ácido
sulfúrico.
-Sulfúrico más amoniaco nos da sulfato amónico.
Lo que ahora está viendo.
Me lo dice como el prestidigitador que acaba
de sacar media docena de huevos de una chistera vieja. Pero así es la cosa.
Ante mis ojos hay una montaña de blanco mineral salado, apretando las paredes
de un silo capaz para 50.000 toneladas.
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Vista
de la fábrica de Baracaldo de Altos Hornos de Vizcaya.
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AL
“BAR DE LOS JAMONES” VAN TODOS LOS ANDALUCES
Sesenta mil habitantes empadronados. Otros
cuantos miles que no están en el censo municipal. Las personas que viven en
Baracaldo, un pueblo que ha crecido como la espuma desde hace ocho años para
acá. Casi ya una ciudad. Y una ciudad cosmopolita de fronteras para adentro,
donde hay representante de todas las provincias y pueblos de España.
Luis “El Enano” es una institución popular.
Con sus treinta y cinco años y su medio metro se lleva las simpatías de todos
los que le conocen. Y son más de 60.000. Hasta hace poco ha estado en el
Juzgado copiando el Registro Civil actas de muertos y de recién nacidos. Es un
hombrecillo simpático y alegre, amigo de todos y enemigo de nadie.
Con Luis sólo se codean, para los
visitantes, los palacios a la inglesa con Jardines deliciosos que se ven acá y
allá y la iglesia de San Vicente con una antigüedad que se remonta al
siglo XIII.
¡Ah!, y el Alcalde. Porque esta primera
autoridad, a quien el pueblo mira con agradecimiento, ha realizado al frente
del Ayuntamiento una labor social que a todos maravilla. Son cientos y cientos
las casas que el Municipio ha levantado y ha puesto a disposición de quien las
necesita con las máximas facilidades de pago.
Trescientos cincuenta bares. Mas de 65.000
litros de vino despachados al día. A litro por barba. Claro que hay quien ni lo
prueba y barbas que se metan entre pecho y espalda ocho o diez como si tal
cosa.
-Aquí se bebe de lo lindo- me dice el dueño
de un bar.
Los que trabajan en los Altos Hornos son los
que más consumen porque el calor los debilita bebiendo agua y llevan sus
botellas al trabajo. Pero todos los obreros, en general, le sacuden al tinto
que da gusto.
Otra
nota curiosa. Todos los dueños de los bares son de fuera. Sólo dos o tres son
del pueblo. Nadie se explica por qué cuando uno de aquí abre un bar lo tiran
todos a hundir. Una paradoja que se paga cara. O demasiado barata, porque no
suele ir nadie.
Aquí me sale un
amigo como a otro le sale un grano en la nariz. Un hombre abierto y
comunicativo que se llama Luis Ibaurei. Con él voy ahora por Arriluce Ibarra,
un precioso parque a cuyo lado se levanta la Escuela de Maestría de Altos
Hornos, dirigida por religiosos y atendida por técnicos formidables, donde se
dan cita cientos de obreros y oficiales de todas las cercanas factorías después
de salir del trabajo.
-En el Bar de los
Jamones se reúnen todos los andaluces que han venido a Baracaldo. Por allí
pasan todos.
Y allí nos vamos
porque, según él, -mi nuevo amigo-, aquello es digno de verse. No son muchos
los que hay, porque la hora no es tampoco la más oportuna. Hay unas mesas
llenas con cuartetos de jovenes que juegan al tute. Con los andaluces es
sencillisimo establecer dialogo.
Salvador Peralta es
un mozo de veitiseis años que subió hasta Vizcaya desde Teba. A su gracia
andaluza une un tartamudeo simpático que no le importa conozcan los lectores.
-Porque eso de que
los andaluces somos unos tíos vagos se lo cuenten a su abuela.
Me dice Salvador que
aquí hay días que gana hasta 25 durillos.
Se llama José Mena
Millán. También él subió hasta aquí con otra caravana desde otro pueblo del Sur.
Van entrando más
muchachos de vuelta del trabajo. Todos se conocen y se saludan. Se invitan unos
a otros a “potes” y a “chiquitos”.
-En este bar solo
entramos andaluces.
Y José Mena me hace
un guiño picaresco como de capitán que ha conquistado una fortaleza a pulso.
Una satisfacción que no vale dinero.
CUESTA ARRIBA POR UN PUEBLO ALARGADO
Allá en Baracaldo,
que ya he dejado atrás, comienza en hilera las factorías de Altos Hornos de
Vizcaya. Bordeando la Ría se estiran hasta donde termina Sestao para entrar en
Portugalete.
En Sestao, con
Ayuntamiento desde 1805, con una densidad de población y una superficie
industrial que le hace ir en cabeza de los pueblos de España, no es fácil
encontrar donde pagar algo para llevárselo a la boca. En cambio hay zanjas
abiertas en todos los rincones, porque aquí va a alzarse pronto una central
telefónica que permitirá instala treinta mil teléfonos.
El pueblo con sus
treinta mil habitantes se extiende a lo largo de tres kilómetros por la falda de
un monte que ya dejó de serlo. Hay docenas de casas con sus fachadas limpias
que parecen estrenadas ayer. Edificios alzados a distancia como jugando al
escondite y gentes que suben hacia arriba, apoyando las manos en las piernas
porque cansa la ascensión.
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Preparación del caldo para los Altos
Hornos.
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Me pierdo adrede
por una callejuela que termina en el campo. Desde el final se divisan sobre el
fondo soberbias construcciones que brillan a trozos a los choques del sol. Una
mujer madura cuida de unas gallinas.
-Esto primero que se
ve es la Babcok Wilcox. Y la que está a la derecha la General Eléctrica
Española. Estos edificios grises son de la fábrica de cementos Portland.
Pabellones y más
pabellones todos a la misma altura como un mar de tejados ayuntados. Una
extensión inmensa que pertenece entera a esa empresa gigante e donde salen
tubos de acero estirado sin soldadura, vagones, locomotoras, motores marinos,
un enjambre de aparatos y máquinas que enorgullecen a nuestra industria.
Junto a la estación
hay un bar con murmullos de gente. Setenta copas ganadas en competiciones de
bateles, trainerillas y traineras se alinean en un armario o se apiñan en un
rincón de mostrador. Un chaval despejado me prepara un bocado de jamón,
indicándome que en Portugalete hay muchos sitios donde comer. Y a Portugalete
–dos kilómetros andando, porque el tren tardará un cuarto de hora- me voy por
caminos que no han pisado muchos de estas tierras. ¡Algo maravilloso!.
PATRAÑAS
QUE SE INVENTAN
En mitad de la plaza, sobre una piedra
monumental descansa el busto en bronce de Víctor Chávarri, el hombre de ímpetu
y empresa que trajo a la realidad española la Iberia Altos Hornos que dio más
tarde al fusionarse con Altos Hornos de Baracaldo, estos hoy famosos
mundialmente Altos Hornos de Vizcaya. Bajo el busto dos obreros que en esta
gran empresa dejaron el sudor. A un costado la basílica de Santa María con
sabor de antigüedad que se remonta al siglo XI y su papel en las guerras
carlista como fortaleza de unos hombres que en ella se defendieron con
heroicidad. Y allá arriba el monte San Roque, arranque de “la baja” el 16 de
agosto, día de fiesta grande en este pueblo, paréntesis limpio en esta margen
lleno toda de humos. Ese día los mozos y las mozas, agarrados del brazo bajan
desde allá arriba hasta la orilla, cantando sus canciones, a sobresalir en la
caza de patos y divertirse con las cucañas.
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La
campana de Santa María en Portugalete.
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Miraba ahora desde la ría junto a otro
amigo, de esos que uno se encuentra sin darse cuenta como, la maravilla del
puente Colgante, Transbordador o Puente de Vizcaya, porque categoría sí que
tiene para llevar encima media docena de nombres con sonoridad. Casi 49.000
taladros, más de 18.000 remaches y 326 metros de longitud de perfiles lleva
este milagro en hierro que dibujó sobre un papel en blanco el arquitecto
Palacio y hace ya tiempo es paso de uno a otro lado del agua.
Y me contaba este buen muchacho –José Ortego
en la partida de nacimiento- que él había oído hablar de un subterráneo bajo la
planta de la iglesia donde la Santa Inquisición llevaba a sus condenados a
morir.
Una vendedora de periódicos pasa a nuestro
lado y escucha las últimas palabras.
Se
enfurece y nos grita:
-No haga usted caso, Joven. Esas son
calumnias. Patrañas que se inventan.
El chico se defiende porque él sólo me dijo
que “había cído”. Pero la mujer insiste en que aquello no es cierto.
Y me dice adiós mientras empuja hacia arriba
con la cadera el montón de papel.
Yo se lo digo a Portugalete, a este pueblo
agradable que no tiene bailes cerrados y en la plaza vende a los mozos tiques
para cuatro piezas por una sola peseta. Porque cuando la banda municipal
descansa tocan los altavoces y su dueño ha pagado por eso una bonita cantidad
en la subasta.
EN
SANTURCE YA NO HAY SARDINAS FINAS
Santurce, marinero y devoto de la Virgen del
Carmen, enseña al visitante, junto a la rampa de su puerto, la imagen, alzada
en piedra, de la Virgen. El 16 de Julio es el gran día de Santurce. Por la
tarde, la Virgen Marinera, colocada sobre una trainera es llevada a la bocana
del puerto entre vítores y jubilosas sirenas. Más de 50 embarcaciones de motor
y numerosas barcas acompañan a la Madre de Dios en esta procesión porteña de
todos los años. Los espigones del muelle y las bellas alamedas de Las Arenas,
Neguri y Algorta, se pueblan del gentío devoto que saluda con blancos pañuelos
a la milagrosa. Patrona de la Marina.
Los remos de la embarcación de la Virgen los
mueven desde siempre, por vieja tradición, los patronos pesqueros de Santurce.
La procesión se detiene al final de su pequeña singladura. Las bandas de música
no cesan en sus acordes durante todo el recorrido y las sirenas guardan ahora
silencio. Varias coronas son arrojadas a las aguas azules, en memoria de los
caídos en el mar, mientras la Virgen es vuelta cara a la ría mirando con su
rostro hacia el marco que le tiende Vizcaya, la del mar y la de la industria,
que hace presente allá al fondo con sus altas chimeneas, sus humaredas y sus
astilleros.
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La
Virgen del Carmen recorre la ría en trainera.
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-No se le ocurra. ¡Si no son de aquí! Las
traen de fuera y encima las cobran como si fueran de oro.
Este consejo de un hombrecillo, el olor que
soltaban a asarse sobre la parrilla y sus dimensiones, demasiado grandes para
los diminutivos de la copia, me hicieron desistir de mi intención. Y no probé
las sardinas. Pero esto que yo hice porque me vino en gana le ocurre a los que
llegan, las comen y las pagan diciendo cuando vuelven a sus tierras, que han
catado las famosas sardinas. Y es que, por lo oído, en este pueblo que levantó
su fama junto al Abra ya no se comen sardinas tan ricas como antes.
Pues, sí señor, es cierto. Estas ni tienen
grasa ni na. Fíjese que tamaño. Las de antes eran la mitad.
Nos lo dice Valentín Fernández, ojos muy húmedos
y arrugas en la frente, natural de Santurce y habitante del mar desde hace
cuarenta años, pescador veterano de todo lo que salga.
-Entramos con ardor a destrozar la pesca.
Todo por no gastar lo que se debe. Y porque los barcos grandes se han comido a
los chicos.
Lo de siempre. Y nos explica la primera
paradoja con su lenguaje cargado de vocablos enteros nacidos en el mar y
frescos siempre. Ya no se pesca con “raba”. Ahí está el quid al parecer, La
“raba” –huevas de merluza y bacalao echada al agua con prodigalidad llamaba a
las sardinas a un banquete diario. Sin acabarlo nunca, caían en las redes y un poquito después en la
parrilla.
-Pero ahora ya no hacemos eso. Pescamos con
luz y por la noche. ¿Comprende? Las sardinas se escaman y salen de estampida.
Hay que irlas cogiendo cuando saltan.
Lo dice con un tono como si hoy cada día
cometiesen una traición. Y me dice también que hoy un barril de raba cuesta más
de 1.200 pesetas –él llegó a comprarlos por sólo cinco duros-; que las sardinas
ya no vienen como antes junto al Abra y que las que se comen son de Levante o
de Galicia y en los bares “las pasan de matute” como si fueran santurzanas
legítimas. Otro interviene y Valentín Fernández, pescador fuera y dentro del
mar dice:
-Tú calla, que esto es para mí solo.
Pero el amigo le quita la tajada y nos
informa que un año, el día del Carmen, las sardinas que en el pueblo se
comieron eran todas de Huelva.
-Tome usted nota de esto y en ortografía
hagamelo bien.
Los barcos grandes –me explica- han costado
mucho dinero y para no salir perdiendo pescan lo que sea. Y la pesca de la
sardina con los viejos pescadores ha resultado perjudicada. Allí junto a la
rampa hay amarrados un par de docenas de barcos que ya no salen a pescar porque
los grandes se lo barren todo. Y allí está el “Virgen de Chanteiro”, la
embarcación de Valentín, que va a salir ahora por si han dejado algo.
-Aquellas de antes sí que eran sardinas de
Santurce. Dígalo. Hoy ya no. Pregúntele a esa vieja que lo sabe mejor que yo.
Y la anciana Josefa Luzaco, ochenta y seis
años de edad, con una memoria prodigiosa, boca sin dientes que ha comido muchos
kilos de sardinitas finas, afirma con la cabeza y dice:
-Pero la vida no hay que contar la de antes,
hombrete.
La vieja sardinera de copla –que ya
desaparece- tiene su fundamento en esta abuela que hoy se pasa las tardes
sentada al sol junto a la iglesia. Por la orilla de la ría se fue miles de
veces a Bilbao, con cesta en la cabeza y apretando pasos para llegar de las
primeras. Porque ella era el Pico Amarillo, de las lanzadas que compraba la
flor de la pesca nada más tocar puerto las embarcaciones y hacía sus perrillas
cuando apuntaba el sol.
-Entonces se trabajaba, pero se comía,
Jopelín! Ahora Lujo, lujo.
Ella sabrá por qué lo hice.
Nosotros no conocimos lo de antaño ni llegamos a comprar, como ella, una arroba
de sardinas por cuatro pesetas.
-Antes se comía mejor de la pesca catorce
veces. Y le digo poco.
Si hubiera dicho 18 también se lo
creeríamos, porque, según me dice, ha sido hasta hace poco una magnifica
cocinera con el paladar en su sitio.
Josefa Luzano cuenta ahora la muerte de
Sindo –el hermano de una nuera- en el mar y la de dos mocetes del pueblo
“cuando estalló la caldera del Pitorrita”. Y se nos va porque se acuerda que ha
dejado abierta la puerta de la casa. Aquí me deja con la conclusión de que en
Santurce ya no se comen sardinas santurzanas.
-No deje de ver el rompeolas.
Y allí me voy, donde el mar es ya mar a
verle chocar contra los muros de piedra en una lucha desigual y embravecida.
Dos horas mirando el trozo negro que viste los que arrastra la ría, el morado
de la tarde plomiza, el verde de las orillas poco profundas y el intenso azul e
una lejanía que se escapa.
*****
Publicado por Carlos
Prieto Hernández en 1957 en EL ESPAÑOL.
Obra original
perteneciente a los fondos bibliográficos de la Fundación Sancho el Sabio
Fundazioa. (Vitoria-Gazteiz).
http://hdl.handle.net/10357/22372
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