sábado, 28 de enero de 2017

Babcock a la deriva.- 1978

Babcock a la deriva.- 1978


   “Se trata de recuperar el tiempo perdido. Estamos como al principio, a la búsqueda de un marco para la negociación”.

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   Estas palabras de un trabajador de Babcock Wilcox, miembro de la comisión de representantes que intenta ante la Administración una solución a la crisis de la empresa, resumen el estado general: suspensión de pagos, abandono absoluto por parte de la gerencia, movilizaciones de los obreros y presiones para que se produzca una intervención del Gobierno.

   La pasada semana, mientras en Sestao 5.000 trabajadores de Babcock Wilcox iniciaban una ocupación progresiva de la factoría en apoyo de la incautación, seis miembros de su comité de representantes negociaban en Madrid una salida para la crisis. El cierre de Babcock Wilcox podría representar el paro para 20.000 trabajadores de Vizcaya, que dependen directa o indirectamente de ella.

   En el Ministerio de Industria, el nuevo titular, Agustín Rodríguez de Sahagún, informaba a los trabajadores que no habrá incautación de Babcock Wilcox porque el INI ya no va a ser un hospital de empresas privadas. El ministro de industria opina que en el presente modelo de economía social de mercado no encajan este tipo de intervenciones. Sin embargo, Rodríguez de Sahagún formuló una propuesta: la formación de un equipo de cinco profesionales –uno de ellos representante directo de los trabajadores- que trate de articular un proyecto satisfactorio para las tres partes: obreros, accionistas y acreedores. Habrá de contar para ello con la participación de nuevos socios, financieros y de gestión y recibirá todos los beneplácito, y necesariamente los créditos, de la Administración.

Agustín Rodríguez Sahagún
   A cambio de ello, los accionistas verán mermado su capital social, los acreedores tendrán que renunciar a una parte de sus derechos y los trabajadores habrán de pactar una serie de compromisos previos: aceptación de la reestructuración de plantillas y topes salariales, entre otros.

   Para el ministro, la propuesta es un hallazgo que puede hacer de Babcock Wilcox el prototipo de retorno al punto de partida que les coloca de nuevo al comienzo de las negociaciones. Las indecisiones y las diferencias en el equipo económico del Gobierno han hecho perder un tiempo precioso. Mientras, el Juzgado ha hecho ya pública la suspensión de pagos de Babcock Wilcox y el abandono ha producido daños difícilmente reparables.

Historia reciente

   La publicación de la suspensión de pagos coincidió con las gestiones realizadas en Madrid por la comisión de trabajadores. Precisamente, la comisión había conseguido entrevistarse ese día –después de muchas dilaciones y demoras- con el entonces ministro de Economía, Fuentes Quintana, y un grupo de parlamentarios vascos, en representación de los trabajadores, conversó igualmente con el entonces ministro de Industria, Alberto Oliart. Esa misma noche, los dos interlocutores miembros del Gobierno dejaban de pertenecer a él. Como no hay dos sin tres, también el ministro de Trabajo, con quien la comisión de Babcock había tratado problemas de reducción de jornada y otros asuntos laborales, era igualmente cesado en la crisis ministerial. De este modo y vistas las circunstancias, la comisión de trabajadores de Babcock Wilcox se veía obligada –Fuentes Quintana dimitido; cesados Oliart y Jiménez de Parga- a partir de cero.

   Situada en un núcleo de fuerte conflictividad laboral –la margen izquierda de la ría de Bilbao-. Enmarcada en un ámbito de crisis (Echevarría, Altos Hornos, Aurrerá, etcétera), la Babcock Wilcox produce bienes de equipo y proporciona trabajo a 5.500 personas directamente. Su industria auxiliar da empleo a otras 1.500, aproximadamente. Es decir, que la paralización de actividades ocasionaría la pérdida del puesto de trabajo a más de 20.000 personas en una región, Vizcaya, donde, según datos de la Delegación de trabajo, se presentan en los últimos meses dos expedientes de crisis por día.

   Esto en el terreno laboral. En cuanto a la utilización industrial de la producción, los bienes de equipo fabricados por Babcock Wilcox están destinados, fundamentalmente, a las centrales nucleares. En estos momentos, y debido a la deficiente gestión empresarial, que se remonta a varios años atrás, la cartera de pedidos está prácticamente a cero. Sin embargo, la compra de bienes de equipo es necesaria al desarrollo industrial, y si la actividad de Babcock Wilcox cesa habrá que recurrir a la importación.

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¿Cómo ha podido ocurrir?
   La primera pregunta que surge cuando se toma contacto con el problema de Babcock es: ¿Cómo se ha podido llegar, partiendo de un pasado reciente de beneficios, a la situación actual? El comité de trabajadores explica así las fases de la crisis: “La situación financiera se vino deteriorando desde 1972. La dirección, sin querer hacer frente a esta realidad, se limitaba a poner parches eficaces tan sólo en el momento. La mayoría de las veces, los ejercicios de cada año no reflejaban la verdadera situación de la empresa”.

   “A los problemas financieros se añadieron –continúan los trabajadores- tres factores decisivos: una política comercial de desastre, la falta de planificación como no fuera a plazo inmediato y la aguda descapitalización. Se perdieron mercados como los de locomotoras y calderas, por ejemplo y nadie hizo nada por impedirlo. Por no sabemos qué razones, la atención se centró en el mercado de las centrales nucleares. En cuanto a la situación financiera, Babcock Wilcox tiene un capital social de 1.000 millones, inferior incluso al 10 por 100 del volumen medio de sus ventas. El accionariado se encuentra muy diseminado, aunque controlado, y los mayoritarios –Banco de Vizcaya y Babcock inglesa. Se han desentendido del problema”

   Sin embargo, y aunque la procesión iba por dentro, Babcock Wilcox vivió en prosperidad hasta 1976. Hasta esa fecha, nadie se preocupó por el futuro y, como en tantos otros casos, los trabajadores no tuvieron acceso a fuente alguna de información que les permitiera deducir la inminencia del desastre. Se crearon filiales y se estableció una complicada jerarquía empresarial, sobre dotada de cargos y competencias, que se reveló en su funcionamiento pesada y, lo que es mucho más grave, ineficaz.

   En estas circunstancias les sorprendió la crisis económica. Es ahora cuando “nadie compra un torno porque no sabe si luego se lo va a tener que comer”, y una industria de fabricación de bienes de equipo –muy especializada y realmente con pocas alternativas- sufre todas las consecuencias adversas.

Los dueños de la Babcock

   La composición de la Babcock Wilcox es, a grandes rasgos, la siguiente: Un 10 por 100 del capital perteneciente a Babcock inglesa; un 7,5 por 100 al Banco de Vizcaya; un 12,5 por 100 es de lo que los trabajadores llaman “las grandes familias”, los Oriol, Ybarra, Urquijo, Sendagorta, Torrontegui. El 70 por ciento restante figura a nombre de pequeños accionistas, controlados en realidad por las grandes familias y la Banca. El Consejo de Administración, sobre todo hasta el advenimiento de la crisis, ha estado integrado por los más ilustres apellidos. Cuando llegaron las vacas flacas, la empresa buscó hombres para obtener una liquidación saneada del negocio. Surgió primero el Plan Millá, en el que se incluía la venta de la sección más rentable de la factoría –la de productos tubulares- a una segunda empresa, de la que eran propietarias varias personas estrechamente vinculadas con Babcock. Los trabajadores se negaron una y otra vez a la reducción del patrimonio e insistieron en que, con la ayuda y el control de la Administración, la Babcock Wilcox podría ser rentable.

   Se propuso entonces el nombramiento de un nuevo gerente, Fernando Capelástegui. La designación no llegó a producirse porque Capelástegui no quiso aceptarla, al parecer por presione familiares. El papel de liquidador no suele resultar muy atractivo. En estas circunstancias ya no es posible hacer frente a los acreedores –a los trabajadores hace ya mucho tiempo que no se les para y tiene que ser la Administración la que, presionada por la comisión ha de improvisar fondos- y es entonces cuando en Junta general de accionistas se acuerda la suspensión de pagos.

   Para los trabajadores de Babcock Wilcox, la lucha se ha organizado en dos frentes. El primero, inmediato, condición “sine quanon”, consistió en obtener el pago de los salarios adeudados. Una estrategia combinada de gestiones y acciones populares y una casi infinita paciencia llevaron al éxito. Salarios atrasados por un valor total de 1.500 millones de pesetas se abonarán el 20 de diciembre y cantidades menores en fecha posterior.

   La segunda batalla es la más dura: que la Babcock Wilcox no se cierre y se mantenga el puesto de trabajo de los 5.500 empleados, así como las mejoras sociales que alcanzan a un millar de jubilados. Más aún, conocida la ineficacia de los gestores de la empresa, que sean hombres de la Administración los que se hagan cargo del funcionamiento de Babcock Wilcox.


   Las palabras del ministro de industria parecen apuntar en esta línea. “Creo que existe una Babcock viable”, dijo en el transcurso de una reunión con el comité de representantes. De forma paralela, y en apoyo de las peticiones de los trabajadores, todos los grupos parlamentarios, excepto UCD y AP, han dirigido una interpelación al Gobierno para que busque una solución al tema de la Babcock Wilcox. Mientras en Sestao puede volver a producirse la ocupación pacífica de la factoría y en las calles las manifestaciones, cientos de miles de firmas, de todos los sectores de Vizcaya, se unen a los pliegos de la interpelación parlamentaria. Para el ministro de Industria, la Babcock puede ser una empresa prototipo. Para Euskadi, la Babcock Wilcox es un problema de todos.

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Publicado por María José Alegre en 1978

en Cuadernos para el diálogo.

Obra original perteneciente a los fondos bibliográficos de la Fundación Sancho el Sabio Fundazioa. (Vitoria-Gazteiz).

http://hdl.handle.net/10357/13220



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