sábado, 18 de marzo de 2017

Malos humos.- 1994

Malos humos.- 1994


   Dicen en Barakaldo que es el único pueblo de Euskadi en el que no se puede agarrar una buena borrachera porque los efectos del amoniaco, que persisten en el medio ambiente, le quitan a uno todos los vapores etílicos. Este chascarrillo popular es reflejo palpable de lo que padecen a diario y desde hace décadas los 100.000 habitantes de la localidad vizcaína, como los vecinos de ambos lados de la ría del Nervión.

Las emisiones incontroladas amenazan muchos polos industriales.
   El sábado 22 e3 noviembre, más de 2.000 baracaldeses se manifestaron para protestar contra la muerte de Jesús Artiagoitia. Su hija Itziar, presente en la concentración, sólo acertaba a repetir con patetismo el último recuerdo de su padre: “Abrió la ventana, tragó todo y cayó fulminado al instante”.

   Jesús Artiagoitia, que acababa de cumplir 70 años, tenía costumbre de ventilar su habitación. Sin embargo, aquella noche, la bocanada de aire fresco fue una bofetada espesa, amarilla y tóxica. Esa misma mañana, una fuga en la empresa Rontealde, la vecina factoría de ácido sulfúrico, dio lugar a una concentración inusual de anhídrido sulfuroso o dióxido de azufre (SO2), 13 veces superior al nivel permitido por la ley.

   La bocanada de Artiagoitia es otro latigazo a la decadencia de Baracaldo. Núcleo de población agrícola y ganadera en el siglo pasado, se ha convertido a lo largo de este siglo en una urbe, una megalópolis industrial, consecuencia directa de la explosión siderúrgica. Nadie recuerda el Baracaldo verde y frondoso, el de las huertas de pimientos y espárragos. Con la llegada a mediados del siglo pasado de los Ybarra, los Cousset, los Krupp y los Geuschin, la huerta se transformó en fábrica, en hierros retorcidos con olores a azufre o amoniaco.

    A principios de siglo, la población de Baracaldo se multiplicó por 30. La expansión siderúrgica atrajo también a las empresas químicas. Sin embargo, la falta de control, la ausencia de medidas y una legislación benévola han causado estragos en el gran Bilbao.

   Los responsables de la empresa Rontealde, la responsable del escape, considera que se ha sacado de quicio el tema. Koldo Iturraeta, jefe de producción, estima que siempre se ha respetado las normas y que la emisión de anhídrido sulfuroso nunca ha superado los 150 microgramos por metro cúbico que establece la ley. Pero reconoce que, al poner en funcionamiento la máquina principal, ha podido haber una emanación superior. “Ha durado poco tiempo y la mala suerte que hemos tenido es que hiciera ese día viento sur y todo se quedara en Baracaldo, en vez de dirigirse hacia la ría”, recuerda.

   Esta versión choca con la del grupo ecologista Eguzki, que lleva años luchando contra los atentados que se comenten en su ciudad. Chimeneas de humo amarillo escoltan la calle Buen Pastor del barrio de Lutxana, frente a la fábrica Sefanitro y Rontealde. Fernando, miembro de la organización explica su postura:

   “Esto es continuo. Llevamos cerca de diez años peleando contra esta empresa. Primero para que no se instalara y después para que se controle. Pero aquí cierran todos los ojos, desde el Ayuntamiento hasta el Gobierno vasco”.

   Razón no le falta a este joven baracaldés. El escape registrado hace diez días, en la empresa Rontealde, es el sexto ocurrido en los últimos seis años. La muerte de Artiagoitia es la segunda causada por los escapes. Pero, en el juicio, los responsables de la empresa salieron absueltos del presunto delito ecológico.


   El dióxido de azufre, el cuerpo del delito, es una molécula con dos átomos de oxigeno y uno de azufre (SO2). Tiene muchas aplicaciones en la industria: se usa en la fabricación de ácido sulfúrico, sulfuro de carbono, disolvente, pasta de papel, gas de circuitos cerrados de refrigeración. Este producto genera fenómenos irritativos sobre la mucosa ocular que pueden derivar en conjuntivitis crónicas. El contacto a grandes dosis predispone a la acidosis metabólica, una vez que la sangre absorbe el SO2. La acidosis puede provocar trastornos en algunos órganos del individuo, como el músculo, respiración, corazón, incluso provocar arritmias cardiacas. ”Si  las concentraciones se elevan, todo se puede agravar y conducir una bronquitis, un edema agudo del pulmón o la muerte de sujeto. El principal grupo de riesgo lo componen las personas afectadas de bronquitis o enfisemas”, confirma el doctor Rafael Cabrera, del Instituto Nacional de Toxicología. Artiagoitia tenía problemas respiratorios.

Chimenea principal de la fábrica de Rontealde.
   “Nos van a matar a todos”, afirma Mari Carmen, vecina del barrio de Lutxana que acaba de recoger a su hijo de la escuela. Como muchas madres, el día de los incidentes corrió a buscar a su hijo. Acababa de oír por la radio que se cerraran todas las ventanas y que la gente se quedara en casa: “Me asusté, pero es así todos los días. De noche no puedes colgar la ropa porque al día siguiente aparece amarilla. Si es de Nylon, con agujeros”, explica Mari Carmen.

   Los coches, las fachadas de las casas y los árboles son también víctimas de esta contaminación. Según los ecologistas, durante muchos años y sin ningún control se ha vertido a la ría todo lo que contaminaba: “Seguimos a unos camiones que salían de la empresa y vertían al mar todos sus residuos”, comenta Fernando. En el bar Casa Social y Club del Jubilado del barrio de Lutxana de Baracaldo, jóvenes y viejos contemplan las chimeneas de las empresas químicas que lanzan al cielo los humos contaminantes. Forman parte de su vida cotidiana.

   “Es preocupante y hasta alarmante que los baracaldeses no se movilicen más. La gente reacciona sólo frente a la tragedia y es que en época de crisis y con mucho paro nadie está para que se cierren empresas aunque contaminen”, explica José Luis, un jubilado de 68 años.

   El Gobierno vasco acusa a los responsables de la fábrica de incumplir el protocolo a seguir en los arranques y paradas de la planta. Técnicos alemanes que pusieron en marcha hace casi diez años las máquinas de Rontealde se han desplazado hasta Baracaldo  para verificar las instalaciones. Desde el ejecutivo de Vitoria se afirma que no se persigue el cierre definitivo de la fábrica, sino que se resuelvan los problemas de emisión. La calle está convencida de que las medidas no servirán de nada y serán provisionales, que las empresas contaminantes seguirán como siempre a su libre albedrío sabiendo que el negocio es más importante que la salud de sus habitantes.


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Publicado por Gorka Landaburu y Javier Olivares el 7 de Noviembre de 1994

En Cambio 16

Obra original perteneciente a los fondos bibliográficos de la Fundación Sancho el Sabio Fundazioa. (Vitoria-Gazteiz).

http://hdl.handle.net/10357/15271





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