sábado, 25 de marzo de 2017

Apaga y vamonos.- 1995

Apaga y vamonos.- 1995


   Alimentado con carbón vegetal y reanimado con inyección de aire frio, el primer alto horno lo construyó la sociedad bilbaína Ibarra, Mier y Compañía, en la fábrica de hierro Nuestra Señora de la Merced, del cántabro valle de Guriezo, límite con Vizcaya. Era 1847 y la revolución industrial gateaba aún en pañales. Sólo un año después, empezaba a funcionar el alto horno de la fábrica de Santa Ana, en 1855 se encendían los de Nuestra Señora del Carmen, en Baracaldo, y en1890, los tres altos hornos de la sociedad Vizcaya.

Aspecto de Altos Hornos de Vizcaya de Noche.
   Con estos poderes llega el Bilbao de principios de siglo al 26 de junio de 1901, la fecha. Se reúnen ese día los representantes de Altos Hornos y Fábrica de Hierros y Aceros, los de Vizcaya y los de Iberia, para firmar el acuerdo de fusión de las tres empresas. Nace Altos Hornos de Vizcaya Sociedad Anónima. Treinta y tres millones de pesetas, el capital inicial; doscientos administrativos, catorce ingenieros, setenta y cinco contramaestres, cinco mil seiscientos obreros y doscientos treinta mineros, la plantilla. Se cierra el primer ejercicio con una producción de 147.778 toneladas de acero.

   La ría, el perdido Nervión, es entonces, escribe Unamuno, “una ría de reflejos metálicos, sucia de ordinario con escurrajas negras de carbón y rojas de menas de hierro; una ría que se hincha a las horas de la marea con el agua del mar cercano, y luego en bajamar se convierte casi en una cloaca; una ría que parece arteria de enfermo”.

   Y es, tras la guerra, símbolo. El franquismo se vuelca en el apoyo de Altos Hornos, pilastra del régimen. La reconstrucción nacional aumenta la demanda, pero el aislamiento y la falta de divisas impide el necesario acceso a las firmas extranjeras para la compra de instalaciones. Cada mejora técnica es anunciada a bombo y platillo. La batería de cincuenta hornos de coque es inaugurada por todo lo alto, igual que la acería LD de tres convertidores, tres mil toneladas de arrabio de capacidad máxima, igual que los trenes de laminación de Ansio.
   En 1972, se alcanzan por primera vez los dos millones de toneladas de acero. Pronto, sin embargo, llegará la agonía.

   La crisis estalla en 1974 y a partir de 1978 se hace insostenible. Dos mil ochocientos millones de pérdidas en 1977, siete mil millones en 1978, nueve mil millones en 1979, con peligro incluso para el pago de nóminas. En febrero de 1980. El gobierno destina diez mil millones de pesetas para la operación a corazón abierto de Altos Hornos de Vizcaya. Se consigue superar la producción del año anterior, pero se pierde casi once mil millones de pesetas. Los gastos son superiores a los ingresos que, por otra parte, superan los de Gran Bretaña, Italia y Japón.
   El 4 de mayo de 1981, seis bancos privados firman un acuerdo para financiar AHV con cuarenta y un mil millones de pesetas.

Javier Miranda saca con un cazo una muestra de Arrabio
   Cuatro días después, el Gobierno aprueba por decreto la reestructuración. Adecuación al sistema de precios de la CECA, el INI avala un crédito por valor de ocho mil quinientos millones para AHV, se encarga el informe Kawasaki. La consultora japonesa concluye: instalaciones caras, alto coste salarial. Con siete mil obreros y diez mil técnicos y administrativos menos se conseguiría una mayor producción. Una inversión aconsejada de ciento cincuenta mil millones de pesetas.

   La arteria del enfermo termina a reventar. Ocho mil quinientos millones de pesetas perdidos en 1982, cinco mil trescientos millones en 1983, catorce mil millones en 1986, trece mil millones en 1987… pozo sin fondo, quiebra técnica. El 28 de octubre de 1992, el Consejo de Ministros aprueba, junto a una aportación pública de seiscientos mil millones de pesetas, la creación de la Corporación de la Siderurgia Integral (CSI), que incluye bajo sus siglas a los eternos rivales Altos Hornos de Vizcaya y Ensidesa y que está estructurada en Planos, Productos Largos y Transformados. El primer paso fue dibujar el Plan de Competitividad, que idea la sustitución de cabeceras por miniacerías, como la compacta, cuya primera piedra acaba de ser colocada en Sestao.

   Nada más cruzar la barrera, el paisaje cambia de forma brutal. Los edificios “normales”, los de cemento, ladrillo y varios pisos, dejan lugar a enormes e incomprensibles estructuras férreas que tienen a un tiempo, aires de monumento y de ruina. Kilómetros enteros de gigantes de hierro encadenados por puentes de metal, sujetos por vigas de metal, cruzados por vías y tubos de metal, horadados por puertas y ventanas de metal, dan al conjunto un aspecto sobrecogedor. En cierto modo, parece una ciudad fantasma, abandonada por la mano del hombre y conquistada por el tiempo, el polvo, el óxido y el olvido. Los colores van del rojo herrumbroso de la tierra al gris plomizo del cielo. En medio, una mezcla de barros negros, de cristales rotos que dejaron hace mucho de ser transparentes, de barracones derruidos, de torres oscuras con vigas desnudas que amanecen hoy por última vez, de edificios que no volverán a ver la luz del sol. Chatarra. Toneladas de chatarra, montañas de hierros retorcidos que se mezclan en posturas imposibles, un kamasutra metálico cuyos reflejos pasan del gris al rojo, del rojo al negro, del negro al gris…

Félix Heras en el Horno Uno. 
   Sin embargo, la ciudad no está del todo muerta. No todavía. Si se ajusta la mirada a escala humana, algunos de esos gigantes dejan ver, entre sus pliegues y heridas, decenas de pequeñas siluetas en movimiento. Como hormigas, los trabajadores van ordenadamente de un lugar a otro, cumpliendo con precisión misiones para nosotros desconocidas, pero sin duda fundamentales: pican, cortan, sujetan, apartan, golpean, sueldan, almacenan, transportan, vigilan… En total quedan unas tres mil personas aquí. En tiempos, llegó a dieciocho mil.

   Altos Hornos de Vizcaya, el símbolo al rojo de la España industrial, se muere. A su enorme corpachón de acero le van fallando poco a poco los órganos, en un proceso lento de deterioro que comenzó hace casi tres lustros y que llega ahora a su fase final.

   Es 15 de febrero, y en un gran descampado, que hasta hace sólo unos días albergaba alguna de las partes de este gigante ya sentenciado, una carpa blanca e inmaculada se prepara para dar la bienvenida al sucesor. A su alrededor, los monos azules, con sus tres letreas AHV (Altos Hornos de Vizcaya), se mezclan con los monos blancos, a estrenar, que ostentan las nuevas siglas: ACB (Acería Compacta de Bizkaia). Los altos hornos se han convertido en acería compacta; Vizcaya, en Bizkaia.

La nueva generación.

   A la carpa blanca, levantada expresamente para la ocasión, llegan los políticos a pronunciar sus discursos y a colocar la primera piedra de recién engendrado heredero. El ministro de Industria, Eguiagaray, y el lehendakari Ardanza, celebran el nacimiento de la nueva planta, cuatro veces más productiva que la vieja, depositaria de una tecnología pionera que se va a utilizar por primera vez en Europa. Todo van a ser ventajas; menor tamaño, entre un veinte y un veinticinco por cien menos de costo; desaparición de procesos intermedios de transporte y almacenamiento de semiproductos; menor número de trabajadores (en total trescientos ochenta) y, por lo tanto, mayor ahorro. Ambos hablan de coladas continuas, planchones, productos largos, terminados en caliente, transformados, hornos eléctricos, prerreducidos, trenes de laminación en frío y bobinas de banda como si no hubieran hecho otra cosa en sus vidas que trabajar el acero.

   Solo un poco más allá, enfundado en su mono azul, Mariano Curiel no escucha los discursos. Tiene la vista perdida, fuera de la carpa, en algún lugar de la línea de estructuras del fondo. Allí, las grúas continúan su trabajo contra las siluetas rotas de los edificios. El cielo, de plomo y acero, pesa ahora como una losa. En aquellas torres, junto a la ría, Mariano ha pasado los últimos veintisiete años de su vida. Allí están, aún en pie, las baterías de coque, el material que, mezclado con el mineral de hierro y calentado a mil quinientos grados, se fundirá en arrabio, del que después se obtendrá el acero.

Mariano Curiel señala una de las baterías de coque.
   Mariano Curiel se acuerda del trasiego continuo de las gabarras que descargaban el carbón: “del barco, el carbón iba directamente a la torre de mezclas, donde hacíamos el coque. Después, por aquellas rampas del fondo, el coque llegaba hasta el horno alto”. No vemos las rampas, pero es igual. Mañana nadie más podrá verlas ya. Esas torres que Mariano mira con nostalgia serán derribadas justo al día siguiente. Ahora ya no se fabrica el coque allí mismo, como siempre se ha hecho; se trae, ya preparado, de otros lugares, Las baterías donde éste y muchos más hombres han gastado sus vidas ha dejado de ser útiles.

   Oficinas centrales de AHV en Baracaldo. Ignacio Agreda, director de Comunicación, explica cómo el proceso de concentración de las empresas siderúrgicas se ha hecho obligatorio en toda Europa. “En España, este proceso estaba aún pendiente. Las grandes siderurgias integrales, como Altos Hornos y Ensidesa, hace mucho que no son rentables. El Estado se encontró con participación en estas dos empresas, que además de perder dinero, eran rivales. Y entonces creó un organismo, la Corporación Siderúrgica, que las incluía a ambas. Un centenar de técnicos redactó un plan de viabilidad y se racionalizaron las tareas. Se pensó que este era el lugar adecuado para una acería compacta”.

   Y probablemente sea así. Si todo marcha como está `revisto, la nueva acería producirá, a partir de mediados del año que viene, un millón de toneladas de acero anuales, casi tanto como su gigantesco antecesor (las instalaciones de AHV ocupaban más de cinco millones de metros cuadrados y producían un millón y medio de toneladas anuales) y dividirá por cuatro los costes. La siderurgia, al fin, volverá a ser rentable en España.

Canales de fuego.

   Alto horno número Uno, turno de mañana. Los hombres están agrupados junto a las barandillas que dan al exterior. La boca del horno, alrededor de la que todos trabajan, no está al nivel de calle, sino varios metros encima. Algunos están sentados, otros permanecen de pie. Parece que no tienen demasiado que hacer, pero la impresión pronto se revela falsa. El trabajo, aquí, llega a borbotones, de forma discontinua y a mil quinientos grados de temperatura. El suelo es de arena y en la arena hay canales, regueras muy parecidas a las que utilizan los hortelanos para alimentar su huerta. Solo que por estos canales, en vez de agua, circula mineral fundido del que saltan chispas incandescentes, tan bellas como peligrosas. Al contacto, producen quemaduras horribles. Nadie conoce sus trayectorias, ni hasta dónde son capaces de llegar. Depende de la temperatura de la colada y de la humedad de la arena con la que hacen las barreras, depende de hacia dónde sople el aire, depende del destino. Javier Miranda, de treinta y nueve años, luce una quemadura reciente en el dorso de su mano derecha. Una costra a medio formar no consigue tapar del todo el pequeño boquete en la carne. Alrededor, un halo rojo revela una incipiente infección: “se pondrá peor –dice- es una quemadura de escoria, y esas son las malas. Si fuera de arrabio, sería más limpia, duraría menos y no se infectaría. ¿Qué cómo lo hice? Pues vi una chispa entrar derechita en mi guante. Me lo arranqué enseguida, la chispa apenas tuvo tiempo de rozarme, pero fue suficiente para hacerme esto”. Si hubiera tardado un poco más en darse cuenta, la chispa le habría podido atravesar la mano.

   Los hombres se acercan mucho al mineral fundido, a veces demasiado. “Cuando se atasca la reguera a la salida del horno –explica Gregorio Gundín, el jefe de equipo- hay que entrar hasta allí y desatascarla a mano, usando unas varas de metal. Hace tanto calor que se nos funden las suelas de los zapatos. Lo peor son los continuos cambios de temperatura, que nos machacan los huesos”. Llega una “cuchara torpedo· una especie de gran contenedor sobre raíles que se coloca justo debajo de la barandilla, la abertura superior bajo el canal por el que caerá el arrabio. Dos hombres, armados con largos palos metálicos, la herramienta más común aquí, se acercan a los caños ardientes y, mediante el simple procedimiento de retirar una barrera de tierra aquí y levantar otra allá, cambiar el curso de este candente río de lava a llenar la panza de la “torpedo”. En menos de diez minutos se vuelve a cortar ese canal y se abre otro, de desemboca en un segundo punto de carga. Las “torpedos”, una vez llenas, se dirigen a la acería, donde descargarán su contenido en grandes convertidores en cuyo interior se producirá el milagro y el arrabio se convertirá, por fin, en acero.

Gregorio Gundin observa como Francisco Javier Arruza toma la temperatura del arrabio.
Miedo al futuro.

   “Aquí hay tres maneras de reaccionar ante el cierre de Altos Hornos”, explica Gregorio Gundín, que a sus cincuenta y siete años es, hoy, el más veterano de todos los trabajadores que quedan en la empresa. “Por un lado están los que, como yo, hemos superado los cincuenta y dos años, que tenemos jubilación anticipada. Perdemos dinero, pero por lo menos tenemos el futuro resuelto. Luego están los que ahora tienen cuarenta y siete o cuarenta y ocho años. Aún no alcanzan la edad de la prejubilación, y están preocupados porque no saben si, cuando lleguen a los cincuenta y dos, seguirán teniendo derecho a cobrar. Tal como están las cosas, en cuatro o cinco años puede pasar de todo. Y luego están los más jóvenes. Para ellos es otra historia. Les han prometido recolocarles en otras empresa, pero no las tienen todas consigo”.

Dos operarios enfriando la boca del horno.
   Lo que Gregorio Gundín y su equipo tienen absolutamente claro es que hoy, 16 de febrero, sólo quedan doce días para que apaguen el Horno Uno, y con él sus puestos de trabajo. El 28 de febrero es la fecha fatídica. (Si todo va según lo previsto, cuando aparezca este número de ByN hará ya cinco días que el Horno Una ha dejado de funcionar).

   Faltan, pues, doce días para que el fuego se apague al mismo tiempo en la boca del horno y en los corazones de los que lo han mantenido vivo hasta ahora. “El horno –dice Gregorio- es como una persona. Tiene su carácter y hay que entender lo que nos dice en cada ocasión. Hay días que está alegre, Ahora, por ejemplo (y mira hacia la boca con cierta desconfianza) está a punto de empezar a soplar”. Eso significa que la lluvia de chispas se va a intensificar, reacción que se produce cuando el nivel de líquido dentro del horno baja demasiado. Solución: usar el cañón tapa piquera, que rota sobre sí mismo hasta introducirse en la misma boca del horno, donde escupe una masa negra que la sella. Más tarde, cuando el nivel de arrabio hay vuelto a subir, el precinto se romperá y en las regueras volverá a correr el mineral hacia las “cuchara torpedo”.

Andrés Díaz, vigilando en continuo flujo de agua 
de refrigeración del alto horno.

Final Inesperado.

   Andrés Díaz es el vigilante de agua del Horno Uno. Tiene 51 años y lleva veintidós en la empresa. Irá un año al paro, hasta que alcance la edad de la jubilación anticipada. Entonces, todo habrá terminado para él. “Es una pena –afirma- no tanto para nosotros, sino para los que vengan detrás. Altos Hornos era un símbolo, algo que parecía que no se iba a terminar nunca. Cuando uno entraba aquí, era como entrar en un ministerio. Ya tenía trabajo para toda la vida, ya se podía comprar un piso, y un coche, y formar una familia. Me pregunto de qué van a vivir los que vengan detrás. Pobres jóvenes”.

   Llegan las dos y termina la jornada del turno de mañana, que entró a las seis. Con cariño y esmero se limpian las regueras, se disponen los puentes de hierro sobre los canales, se retira la escoria, se deja todo dispuesto para el turno de la tarde. Unas cervezas en “El Alubiero”, el bar que lleva tres generaciones dando de comer y de beber al personal, y a casa. Mañana, como siempre, será otro día. No se terminan de hacer a la idea de que jornadas como la de hoy quedan pocas, muy pocas, y que lo que ayer parecía eterno hoy se disuelve entre los dedos con pasmosa velocidad. No se quieren hacer a la idea de que días como el de hoy ya jamás, nunca, volverán.


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Publicado por José Manuel Nieves y Pablo Duran en 1995

en la revista Blanco y Negro.

Obra original perteneciente a los fondos bibliográficos de la Fundación Sancho el Sabio Fundazioa. (Vitoria-Gazteiz).

http://hdl.handle.net/10357/11274



sábado, 18 de marzo de 2017

Malos humos.- 1994

Malos humos.- 1994


   Dicen en Barakaldo que es el único pueblo de Euskadi en el que no se puede agarrar una buena borrachera porque los efectos del amoniaco, que persisten en el medio ambiente, le quitan a uno todos los vapores etílicos. Este chascarrillo popular es reflejo palpable de lo que padecen a diario y desde hace décadas los 100.000 habitantes de la localidad vizcaína, como los vecinos de ambos lados de la ría del Nervión.

Las emisiones incontroladas amenazan muchos polos industriales.
   El sábado 22 e3 noviembre, más de 2.000 baracaldeses se manifestaron para protestar contra la muerte de Jesús Artiagoitia. Su hija Itziar, presente en la concentración, sólo acertaba a repetir con patetismo el último recuerdo de su padre: “Abrió la ventana, tragó todo y cayó fulminado al instante”.

   Jesús Artiagoitia, que acababa de cumplir 70 años, tenía costumbre de ventilar su habitación. Sin embargo, aquella noche, la bocanada de aire fresco fue una bofetada espesa, amarilla y tóxica. Esa misma mañana, una fuga en la empresa Rontealde, la vecina factoría de ácido sulfúrico, dio lugar a una concentración inusual de anhídrido sulfuroso o dióxido de azufre (SO2), 13 veces superior al nivel permitido por la ley.

   La bocanada de Artiagoitia es otro latigazo a la decadencia de Baracaldo. Núcleo de población agrícola y ganadera en el siglo pasado, se ha convertido a lo largo de este siglo en una urbe, una megalópolis industrial, consecuencia directa de la explosión siderúrgica. Nadie recuerda el Baracaldo verde y frondoso, el de las huertas de pimientos y espárragos. Con la llegada a mediados del siglo pasado de los Ybarra, los Cousset, los Krupp y los Geuschin, la huerta se transformó en fábrica, en hierros retorcidos con olores a azufre o amoniaco.

    A principios de siglo, la población de Baracaldo se multiplicó por 30. La expansión siderúrgica atrajo también a las empresas químicas. Sin embargo, la falta de control, la ausencia de medidas y una legislación benévola han causado estragos en el gran Bilbao.

   Los responsables de la empresa Rontealde, la responsable del escape, considera que se ha sacado de quicio el tema. Koldo Iturraeta, jefe de producción, estima que siempre se ha respetado las normas y que la emisión de anhídrido sulfuroso nunca ha superado los 150 microgramos por metro cúbico que establece la ley. Pero reconoce que, al poner en funcionamiento la máquina principal, ha podido haber una emanación superior. “Ha durado poco tiempo y la mala suerte que hemos tenido es que hiciera ese día viento sur y todo se quedara en Baracaldo, en vez de dirigirse hacia la ría”, recuerda.

   Esta versión choca con la del grupo ecologista Eguzki, que lleva años luchando contra los atentados que se comenten en su ciudad. Chimeneas de humo amarillo escoltan la calle Buen Pastor del barrio de Lutxana, frente a la fábrica Sefanitro y Rontealde. Fernando, miembro de la organización explica su postura:

   “Esto es continuo. Llevamos cerca de diez años peleando contra esta empresa. Primero para que no se instalara y después para que se controle. Pero aquí cierran todos los ojos, desde el Ayuntamiento hasta el Gobierno vasco”.

   Razón no le falta a este joven baracaldés. El escape registrado hace diez días, en la empresa Rontealde, es el sexto ocurrido en los últimos seis años. La muerte de Artiagoitia es la segunda causada por los escapes. Pero, en el juicio, los responsables de la empresa salieron absueltos del presunto delito ecológico.


   El dióxido de azufre, el cuerpo del delito, es una molécula con dos átomos de oxigeno y uno de azufre (SO2). Tiene muchas aplicaciones en la industria: se usa en la fabricación de ácido sulfúrico, sulfuro de carbono, disolvente, pasta de papel, gas de circuitos cerrados de refrigeración. Este producto genera fenómenos irritativos sobre la mucosa ocular que pueden derivar en conjuntivitis crónicas. El contacto a grandes dosis predispone a la acidosis metabólica, una vez que la sangre absorbe el SO2. La acidosis puede provocar trastornos en algunos órganos del individuo, como el músculo, respiración, corazón, incluso provocar arritmias cardiacas. ”Si  las concentraciones se elevan, todo se puede agravar y conducir una bronquitis, un edema agudo del pulmón o la muerte de sujeto. El principal grupo de riesgo lo componen las personas afectadas de bronquitis o enfisemas”, confirma el doctor Rafael Cabrera, del Instituto Nacional de Toxicología. Artiagoitia tenía problemas respiratorios.

Chimenea principal de la fábrica de Rontealde.
   “Nos van a matar a todos”, afirma Mari Carmen, vecina del barrio de Lutxana que acaba de recoger a su hijo de la escuela. Como muchas madres, el día de los incidentes corrió a buscar a su hijo. Acababa de oír por la radio que se cerraran todas las ventanas y que la gente se quedara en casa: “Me asusté, pero es así todos los días. De noche no puedes colgar la ropa porque al día siguiente aparece amarilla. Si es de Nylon, con agujeros”, explica Mari Carmen.

   Los coches, las fachadas de las casas y los árboles son también víctimas de esta contaminación. Según los ecologistas, durante muchos años y sin ningún control se ha vertido a la ría todo lo que contaminaba: “Seguimos a unos camiones que salían de la empresa y vertían al mar todos sus residuos”, comenta Fernando. En el bar Casa Social y Club del Jubilado del barrio de Lutxana de Baracaldo, jóvenes y viejos contemplan las chimeneas de las empresas químicas que lanzan al cielo los humos contaminantes. Forman parte de su vida cotidiana.

   “Es preocupante y hasta alarmante que los baracaldeses no se movilicen más. La gente reacciona sólo frente a la tragedia y es que en época de crisis y con mucho paro nadie está para que se cierren empresas aunque contaminen”, explica José Luis, un jubilado de 68 años.

   El Gobierno vasco acusa a los responsables de la fábrica de incumplir el protocolo a seguir en los arranques y paradas de la planta. Técnicos alemanes que pusieron en marcha hace casi diez años las máquinas de Rontealde se han desplazado hasta Baracaldo  para verificar las instalaciones. Desde el ejecutivo de Vitoria se afirma que no se persigue el cierre definitivo de la fábrica, sino que se resuelvan los problemas de emisión. La calle está convencida de que las medidas no servirán de nada y serán provisionales, que las empresas contaminantes seguirán como siempre a su libre albedrío sabiendo que el negocio es más importante que la salud de sus habitantes.


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Publicado por Gorka Landaburu y Javier Olivares el 7 de Noviembre de 1994

En Cambio 16

Obra original perteneciente a los fondos bibliográficos de la Fundación Sancho el Sabio Fundazioa. (Vitoria-Gazteiz).

http://hdl.handle.net/10357/15271





sábado, 11 de marzo de 2017

Colectivo Mujeres de AHV.- 1993

Colectivo Mujeres de AHV.- 1993


   En Barakaldo asistimos algunos colaboradores de Libertad Siete a una manifestación convocada por los sindicatos del grupo AHV, en defensa de la industria de esta zona y en muestra de solidaridad con el “Colectivo Mujeres de AHV”, por la agresión que sufrieron por parte de las Policías Municipal y Autonómica al ser desalojadas durante la celebración de un Pleno en el ayuntamiento de Barakaldo. Intentaban que se tratara una moción en defensa de AHV y del empleo en esta zona. Una mujer de este grupo tuvo que ser ingresada en el hospital de Cruces con traumatismo craneal.


   El “Colectivo de Mujeres de AHV” lo forman esposas de trabajadores de Altos Hornos de Vizcaya, que han decidido agruparse para colaborar en la defensa de nuestra industria. Con un grupo de ellas hablamos al terminar la manifestación. Estamos con Begoña, Blanqui, MªAsun, Conchi y Loly, entre otras, y responden alternativamente a nuestras preguntas.

PREGUNTA: ¿Cómo nace la idea de forma el Colectivo de Mujeres?

RESPUESTA: Ya antes de la Marcha de Hierro estábamos participando de forma individual, pero fue allí donde tomó cuerpo la idea, allí nos conocimos muchas mujeres que hasta entonces no nos conocíamos. Nos constituimos en una asamblea celebrada en Sestao, a la que acudimos unas 500 mujeres, el 17 de noviembre del 92.

P.: ¿Qué es los más gratificante del trabajo y de la lucha que habéis seguido?

R.: A mí personalmente sentirme útil y yo creo que a las demás también, quitarnos la cosa ésa que teníamos de impotencia; por lo menos salimos a la calle a reivindicar algo que sabemos que es nuestro, y claro, el desmantelamiento industrial de la zona es muy importante. Nos sentimos útiles a la sociedad con lo que estamos haciendo.
P.: ¿Qué respuesta habéis tenido por parte de los compañeros de la fábrica y de la sociedad en general?

R.: Ha habido de todo, hay quien nos ha criticado y quien nos ha apoyado.

P.: ¿Por dónde venían las críticas?

R.: Pues que teníamos que estar en casa. De la propia fábrica, de la calle pues eso, que la mujer tiene que estar en casa. Hay mucho reaccionario todavía.

P.: Y los apoyos. ¿De dónde los habéis conseguido?

R.: Del colectivo de los chavales de “Geroa” y también el apoyo recibido el día de la Huelga General de la Margen Izquierda y Zona Minera, de los comerciantes y por descontado, el de nuestros maridos. Por lo que respecta a la sociedad en general, bueno, lo ven con buenos ojos, pero la realidad es que no participan.

P.: De cara al futuro, ¿tenéis algún proyecto para realizar, vais a seguir con las movilizaciones que estáis llevando hasta ahora?

R.: De momento estamos presentando mociones en los ayuntamientos. Pensamos que el problema de Altos Hornos de Vizcaya sobrepasa lo laboral, para convertirse en un problema social desde el momento en que se está hablando de un colectivo tan grande que puede quedarse sin empleo. Nosotras como ciudadanas, como gente del pueblo, pensamos que los ayuntamientos tienen algo que decir y que responsabilizarse, y ahí estamos nosotras con la presentación de las mociones.

P.: Aprovechando lo que nos contáis de los ayuntamientos, nos gustaría que nos explicaseis los incidentes ocurridos en el ayuntamiento de Barakaldo.

R.: La verdad es que es todo tan desagradable, que sólo da pena. Es la reacción que tiene el poder por no abordar el diálogo; nosotras queríamos hablar y ellos, como siempre, utilizan el argumento de que no es un tema urgente y que ya habrá tiempo; claro, ellos tienen todo el tiempo del mundo, porque tienen muy pocas ganas de hacer algo. Lo que están haciendo es ponernos todas las trabas que pueden.

P.: Que reflexión haríais sobre vuestro trabajo.

R.: A mí lo que me parece más positivo de toda ésta experiencia es que un grupo de mujeres ante un problema grave es capaz de organizarse y trabajar por una causa a todas luces justa como es el futuro de nuestras familias. Y lo mismo que nos hemos organizado nosotras, se pueden organizar otras que saquen conclusiones de lo que nosotras estamos haciendo.

P.: Vosotras que habéis tenido contacto con el movimiento sindical, ¿cómo veis su trabajo, pensáis que hay salidas para una situación tan difícil como la que tenemos actualmente?

R.: Bueno, yo creo que la fuerza se consigue con la unidad sindical y eso ha sido durante mucho tiempo algo muy positivo, si bien nosotras no tenemos mucho contacto con los sindicatos, la base de nuestra organización ha sido que superábamos toda diferencia sindical o política, o sea, que nuestros compañeros pueden ser de lo que sea y cada una tendremos nuestra opinión política, pero funcionamos por asamblea, por votación, y las alternativas que salen son las de todas e intentamos todas llevarlas adelante. Entonces para mí, en el futuro, si esa unidad de acción significa unidad de acción para trabajar, para luchar, para defender lo nuestro, pues seguro que al final tenemos el éxito que merecen tantos esfuerzos.  

  
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Publicado por Antonio Vilela en 1993

En Libertad Siete

Obra original perteneciente a los fondos bibliográficos de la Fundación Sancho el Sabio Fundazioa. (Vitoria-Gazteiz).

http://hdl.handle.net/10357/8060



sábado, 4 de marzo de 2017

El Futuro del Norte.- 1991

El Futuro del Norte.- 1991


   Aunque el pasado 24 de enero el ministro de Industria, Claudio Aranzadi, no lo declaró tal cual en la conferencia de prensa que siguió al Consejo de Ministros, lo tenía en mente cuando anunció las medidas tomadas para la reindustrialización del Principado de Asturias. Y, sin embargo, la intranquilidad y la incertidumbre apenas han disminuido en la calle, en las casas de los trabajadores del astillero de Bazán, en el Ferrol; de los mineros del pozo Barredo, en Mieres; de los obreros de Foarsa, en Reinosa, o de la cabecera en Sestao.


   “No sé si creen en el futuro, pero es que nadie les ha explicado cómo será”, señala el sociólogo de Pola de Siero, García Fonseca. El ministro fue muy cauto en sus palabras. “El futuro no pasa por las ayudas sectoriales, sino empresariales y de infraestructuras”, dijo. Después de casi media vida de maestro en varios pueblos de las cuencas mineras, Venancio Sáez, 67 años, afirma que hay que hurgar en la psicología de los mineros para entender sus temores y desconfianzas. “Mire, el minero apura la vida constantemente, Gasta cuanto tiene y pronto, porque para él, sin duda por su trabajo, la vida es imprevisible. Por eso no se fía de las buenas intenciones sino de los hechos concretos.”

   Para Iñaki Igórriz, 42 años y gerente de una fábrica de aceros con 185 empleados que fundó su abuelo, el alarmismo de los sindicatos, los silencios de la administración autonómica y central y cierta mentalidad victimista del obrero vasco y asturiano “han alimentado un panorama de supuesto caos que tampoco tiene razón de ser”. En su opinión, se avecinan años difíciles, “qué duda cabe”, pero nada que no pueda remediarse a corto plazo “con unas políticas industriales fijadas por el mercado y sus necesidades. El problema en que nos hemos acostumbrado todos, empresarios y trabajadores, a que el Estado nos saque las castañas del fuego, y ahora, por exigencia de la Comunidad Europea y del mercado único, nos da miedo andar sueltos de la mano”, concluye.

   Miedo, en cualquier caso, fundado. Sólo en el primer semestre de 1991 se vieron afectados por expedientes de regulación de empleo 57.304 trabajadores de la cornisa cantábrica. Y el rumor de nuevos ajustes para 1992 ha encendido los ánimos como la llama en una mecha de pólvora. “Si queremos formar parte de Europa hay que ir acostumbrándose a los ajustes, a las puestas a punto, porque el mercado no es rígido, sino cambiante. En toda Europa se procedió de igual manera en la década pasada. En todo caso, deberíamos preguntarnos por qué entonces no seguimos sus pasos. La realidad es que nuestros productos siderúrgicos son más caros, menos competitivos, y las fábricas se están convirtiendo en inmensos almacenes. O hacemos nosotros el ajuste o lo llevará acabo el mercado y éste no se anda con muchos miramientos”, señala el catedrático de Economía y vicepresidente del Banco de Asturias, Álvaro García Cuervo.

   Lo que tiene en vilo a los mineros, a los obreros de la siderurgia asturiana o los trabajadores de la metalurgia vasca son las consecuencias de este ajuste, la incertidumbre de una nueva reconversión industrial. Incluso se habla de la desertización humana de algunas comarcas, que el sociólogo García Fonseca no cree que vaya a producirse. “Algún tipo de inmigración sí habrá. Jubilados que decidan marchar a zonas más secas, por el problema de la silicosis y, a corto plazo, de jóvenes, ya que los ajustes del ministerio son tajantes e inmediatos y la generación de nuevos empleos no lo será.”

  Ni siquiera migraciones fuera de la comunidad autónoma, ni más lejos de los respectivos límites provinciales. Se tratará, en definitiva, como indica Álvaro García Cuervo, “de una distribución más racional de la población.” La excesiva concentración industrial y humana alrededor de Hunosa, Ensidesa y AHV, o la dependencia de una sola fuente de riqueza, como en el caso de El Ferrol de los astilleros de Bazán, tenderá a desaparecer en beneficio de un tejido industrial más diversificado y cuyos centros neurálgicos lo conformarán pequeñas y medianas empresas.


   La mini acería de horno eléctrico de nueva construcción en Baracaldo, que sustituirá a la cabecera de Sestao, es un ejemplo de tipo predominante de empresa futura. “Hay que aclarar que dejar o reconvertir una actividad muy intensa en capital y trabajo humano, como es la siderurgia integrada de Altos Hornos de Vizcaya y Ensidesa, no quiere decir que otras actividades del sector de transformación no vayan a ser viables”, puntualiza Gontxal Barasorda, director de estudios de la Caja Laboral Popular.

   Se trata de mirar el ejemplo alemán, que en la década pasada dirigió su industria metálica hacia las últimas etapas del proceso de producción, al revés de Euskadi, en que el predominio de las primeras, fundición y aceros es abrumador. En opinión de Gonxal Barasorda, la especialización, el alto componente tecnológico y un producto final de mayor valor económico, como el elaborado en las empresas de maquinaría y herramientas, se dibujan como las únicas alternativas con futuro.

   La reconversión requerirá una mayor cualificación de la mano de obra, “pero esto no implica más despidos, sino unos programas adecuados para su reciclaje, al estilo de los que ya existen en Europa”, señala Andoni Callero, catedrático en la Universidad Comercial de Deusto. El temor de los cientos de talleres diseminados por Euskadi y Asturias, con un empleo entre 50 y 80 personas, de que una reconversión en la cúspide del tejido industrial también les arrastre a ellos, “no está del todo justificado”, según Gontxal Barasorda.


   El futuro de estos pequeños y de oficios en aparente desuso, como ajustadores y fresadores, “es muy prometedor en el contexto de la diversificación y especialización industriales”.

   Como puntualiza Daniel Cobos, director de explotación de Industria Avilesas, “el futuro pasa inevitablemente por la elaboración de productos con un mayor valor añadido. Nuestros productos están compitiendo con otros procedentes del Tercer Mundo donde la mano de obra es muchísimo más barata”. Aun así, en su opinión, el principal problema de la industria asturiana sigue siendo su deficitaria red de comunicaciones por carretera y marítimas.

   En este sentido, el menor desarrollo industrial y de infraestructuras en Asturias y Galicia enfrenta a ambas comunidades con una serie de problemas específicos. Mientras en Euskadi la reconversión afectará la epidermis del tejido industrial, puesto que el peso especifico de AHV en la economía vasca no es tan relevante, en Asturias o Bazán afecta al sistema nervioso. El futuro diseño industrial sería común para toda la cornisa cantábrica, pero en el caso de Asturias, por ejemplo, se derivan unas consecuencias sociológicas que inciden directamente en la desaparición de alguno de los sectores sociales con personalidad más definida y el nacimiento de otros.

   De la minería de Hunosa viven más de 225.000 personas, casi una cuarta parte de la población del Principado. Ensidesa ha mantenido un peso especifico lo suficientemente grande como para que el capital privado haya preferido mantenerse a su abrigo antes de iniciar una expansión. La dependencia de un tipo de producción y la garantía del Estado explican, según el sociólogo Carlos Prieto, “que los cambios por un ajuste o una reconversión sean muy profundos, no solo tocan el tejido industrial, incluso las maneras de vivir y relacionarse”.

   Las cuencas mineras están lo bastante castigadas industrial y ecológicamente como para necesitar un largo barbecho antes de que nuevas empresas decidan instalarse en ellas. El centro, este y oeste del Principado se perfilan, entre tanto, como las futuras zonas de expansión industrial. El cierre de 9 de los 21 pozos de Hunosa previsto por el plan de ajuste es el preludio del fin de la minería en las cuencas, que todo los más se prolongará hasta el año 2002, fecha en que la Comunidad Europea dar carpetazo a cualquier tipo de subvención y ayuda estatales. Con la minería desaparece “un sector social muy reivindicativo, muy organizado y solidario, y con una gran capacidad de movilización, que durante generaciones enteras ha sido espejo de otros sectores y el referente de la región”, según García Fonseca.


   El sociólogo Carlos Gómez Gil confía en que esta década baste para que los hijos de los mineros asuman el hecho de que el pozo ya no será el inevitable refugio laboral, y las posibilidades de una sociedad más abierta y flexible. Carlos Gómez Gil apunta que en Alemania y Francia los pilares de formación para otra actividad laboral, que complementaron las medidas de ajuste en el sector minero, fueron un éxito. “Evidentemente, la reconversión industrial sienta las bases para el nacimiento de una nueva clase media”.

   Para Antonio Morán, propietario de una agencia de servicios empresariales, “el trabajador asturiano tiene que concienciarse de que el futuro de la región ya no dependerá en exclusiva de la suerte de Hunosa o Ensidesa y que además estas dos empresas estarán obligadas a competir con otras privadas. Eso implica, en primer lugar, que deben ser rentables y punto”. Antonio Morán no cree en ninguna catástrofe para la economía asturiana. Dice que el mero hecho de que importantes multinacionales, “y de primer orden”, se estén instalando en el Principado “es un indicio de la futura buena salud de nuestra economía. Lo que pasa es que el asturiano es de por sí bastante pesimista, la mayoría de las veces sin motivo”.

   La reestructuración del futuro tejido industrial también repercutirá en la recomposición de paisaje agrario y en la reorganización del mapa urbanístico en algunas zonas de la cornisa cantábrica. Muchas aldeas y pequeños núcleos urbanos en estrecha dependencia de las explotaciones mineras desaparecerán. La estampa muy parcelada del campo gallego, asturiano y, en menor medida, del vasco se abrirá a una reconversión agraria que ha dado sus primeros y tímidos pasos en la vecina Cantabria. La explotación agraria familiar ya no resiste la competencia europea en el seno del mercado único. En Cantabria, una nueva clase media agraria está surgiendo a la sombra de la concentración parcelaria y granjas con ganado estabulado.


   Para el sociólogo García Fonseca no hay que pasar por alto el impacto de estos cambios en la mentalidad colectiva. En su opinión, la diversificación del futuro tejido industrial de la cornisa incidirá en una pérdida importante del sentimiento de apego que el asturiano y el gallego, sobre todo, sienten por el lugar en que nacieron. Por otra parte, la especialización y cualificación profesionales de la nueva mano de obra industrial pondrá punto final a un tipo de economía familiar basado en la autosuficiencia que proporcionara el salario y el rendimiento de las dos o tres vacas y el huerto. “El tipo de economía familiar mixta ya es casi una reliquia del pasado y mantenerla significaría, de alguna manera, poner obstáculos al progreso”. Concluye Carlos Gómez Gil.

   Miguel de Unamuno resumió el alma de los vascos en su eterno conflicto “por querer ser dueños de su futuro sin renunciar a ser hijos de su pasado”. Las palabras de escritor bilbaíno bien pueden extenderse al resto de la cornisa cantábrica, que vive momentos tan inciertos como esperanzadores a la espera de que se cumplan las palabras del presidente del Principado de Asturias, Juan Luis Rodríguez Vigil: “Que 1992 sea una ventana abierta de par en par al futuro y a progreso.”


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Publicado Fernando Urías en 1992

En Suplemento Semanal

Obra original perteneciente a los fondos bibliográficos de la Fundación Sancho el Sabio Fundazioa. (Vitoria-Gazteiz).

http://hdl.handle.net/10357/27756