La construcción naval en la ría de Bilbao.- 1916
Una de las realidades que el actual conflicto
europeo ha descubierto al público español es la necesidad que tiene toda la nación
marítima de poseer una Marina mercante lo suficientemente grande para que en el
transporte de sus productos y necesidades no tenga que depender de los
servicios de flotas extrañas
Astilleros del Nervión. Barco de 3.000
toneladas, en construcción.
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Después de haber
hecho este importante hallazgo, se llegó a la lógica conclusión de que si se
quería tener una flota mercante libre y no dependiente del extranjero había que
contar con astilleros y con medios propios para construir los buques que la
integran.
Enterados de estos descubrimientos
los profesionales del pensamiento, hicieron de nuestra industria una de sus tutelas, y
desde entonces fueron depositándose pausadamente en la Prensa pesados escritos de
extensa exposición de aquellas ideas, como si el nuevo edificio de la futura construcción
naval en España fuera a batirse con grandes sillares de larga prosa.
Se acordaron los publicistas de aquella
máxima de que en España hay un poco de todo, y diéronse a la busca por toda la
Península de algún centro de construcción naval mercante. Llegaron a Bilbao y aquí
encontraron una pequeña industria de aquel ramo, que comenzaba a nacer y hasta había
hecho algunos progresos.
Se nos llenó a los constructores
bilbaínos de alabanzas, y leyendo lo que sobre nosotros se ha escrito habrá
quien crea que en progresos de construcción naval rivaliza nuestra ría con las
de Clyde o el Tyne. Nosotros agradecimos íntimamente tanta lisonja, pero, por
fortuna, las nubes de incienso con que nos obsequiaron no hicieron que se
obscureciese la visión de la realidad que teníamos.
Y la realidad es
esta. Hubo en la ría de Bilbao una tradición grande y gloriosa que las numerosísimas
construcciones navales de nuestros abuelos habían creado. En los pasados
siglos, muchos buques fueron lanzados al mar de los astilleros bilbaínos, y
puede decirse que allá por entonces podíamos vanagloriarnos de poseer un estilo
propio y un modo particular de construir buques. Aún quedan en las márgenes del
Nervión recuerdos de aquellas importantísimas factorías. Pueden verse cerca de
Bilbao los restos y ruinas del famoso arsenal real de Zorroza, y entre papeles
del archivo del consulado encontrará quien los compulse, que no era raro ver en
las riberas de nuestra ría hace siglo y medio, ocho o diez buques en curso de
construcción. Pero, desgraciadamente, todo aquello había desaparecido. En las
postrimerías del siglo XVIII disminuyó notablemente la construcción naval en
nuestro puerto, y cuando en los primeros años del XIX sobrevinieron la invasión
francesa y las primeras guerras civiles, nuestra industria naval sufrió un rudo
golpe.
Grada nueva en los talleres de la
Euskalduna.
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Más tarde, los gobernantes
españoles iniciaron su política de devastadora igualación, destruyendo con el
Código de Comercio el noble edificio de nuestro Consulado, y falta la industria
naval de su poderosa ayuda, languideció ostensiblemente.
En los años
sucesivos se siguió en España gobernando para, hacer pobres, y cuando pasada la
mitad del siglo evolucionó la siderurgia, abandonando el método de las forjas catalanas
por el de los modernos hornos altos, perdió España la gran ocasión que entonces
la suerte le brindara de poseer dentro de sus fronteras la primera industria de
hierro del mundo, y por el famoso decreto de Bases quedo reducida a la
insignificancia nuestra hasta entonces importante siderurgia. Esto unido al
estado de intranquilidad que las revueltas civiles tenían sumido al país, hizo
que los pocos astilleros de madera que en Bilbao había fueran desapareciendo,
sin convertirse sus propietarios en constructores de buques de hierro o acero,
como acontecía en el extranjero.
Después de la
segunda guerra civil ya no existían astilleros en Vizcaya, y pasaron bastantes
años sin que la industria naval diera señales de vida en nuestra ría. Por fin,
en los últimos anos del pasado siglo se fundaron los Astilleros del Nervión, empresa
que se estableció con grandes medios y muchas esperanzas; pero fue
necesariamente llevada al fracaso por tener que depender la marcha de sus
talleres de la obra que el Estado había de encargarle. Después de este
fracasado intento de revivir la industria naval en Bilbao, pasó algún tiempo sin
que nadie osara hacer un nuevo ensayo, hasta que en los primeros años de este
siglo se fundó la Compañía Euskalduna. Comenzó construyendo, al amparo del
Arancel de Aduanas, pequeñas embarcaciones de vapor, y más tarde, merced a la
ley de Comunicaciones Marítimas, obra del último Gobierno del señor Maura, pudo
ensanchar su esfera de acción hasta llegar a construir buques de gran tonelaje.
Astilleros del Nervión. Un vapor en el
dique.
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A partir de la promulgación
de esta ley, vuelve a revivir con pujanza la construcción naval en nuestra ría;
se abren de nuevo los Astilleros del Nervión; se instalan en Sestao los grandes
talleres de la Constructora Naval Española, y en general, todas nuestras
factorías amplían sus recursos con nuevas instalaciones y se preparan a abordar
empresas hasta entonces no intentadas, como la construcción de máquinas, codastes,
etc. Hoy construimos solamente cascos; mañana construiremos máquinas. Dentro de
un ano saldrán de nuestro puerto buques que de la quilla a la perilla son obra
de nuestros astilleros. Pero esto no basta; los cascos que construimos nos
resultan a los constructores muy
caros; las máquinas que construyamos nos
resultarán carísimas no podemos competir con el extranjero en
mercado libre, y de existir aquí un régimen de puerta abierta, seríamos
barridos del mercado español.
Sin las primas que la ley de Comunicaciones marítimas nos
otorga, nuestros astilleros desaparecerían en un par de años. Los ingleses construyen
un 40 100 más barato que nosotros, y casi todos los astilleros extranjeros nos aventajan
en economía de construcción. Esto es debido, principalmente, a dos razones: a
la de que no tenemos obreros debidamente adiestrados, y a que los materiales de
construcción de que disponemos son sumamente caros. En lo primero nos llevan
cincuenta años de ventaja los ingleses, y más de veinte los alemanes, americanos
y holandeses. Pero aquí, en el Norte, donde el obrero es hábil, diligente y
laborioso, se podrá, con constancia, enseñanza y estímulo, hacer progresos, y
de ser sólo este el obstáculo que nos impide progresar, podríamos, en un plazo
relativamente, incorporarnos a la evolución progresiva de la construcción naval
en el mundo, mantener nuestro puesto y hasta adelantarnos en la carrera. Pero el
problema difícil de resolver es el de la carestía de materiales. Hoy se da el
caso, verdaderamente extraordinario, de que al constructor que posee un astillero
en la ría de Bilbao, próximo a las grandes fábricas de hierros y aceros, se le
sirve el material al mismo precio que a aquel que tenga su factoría en un punto
de la península lo más alejado posible de los centros fabriles. Y esto es
simplemente un absurdo, porque no pueden establecerse astilleros en lugares que
por capricho se desee, sino en aquellas localidades que por su situación geográfica
y por la rapidez y baratura con que a ellas puedan ser transportados los
materiales, ofrezcan al constructor ocasión de establecer un centro de
industria naval que pueda competir en buenas condiciones con sus similares del
extranjero. Pero aun haciendo desaparecer este absurdo, no está resuelto el
problema. La carestía de los materiales es debida primeramente a la falta de
competencia que hay en España entre los constructores de los mismos; las
fábricas que hoy los hacen tienen pedidos muy superiores a su limitada
producción. Hay, pues, que levantar nuevos altos hornos e instalar más talleres
de laminación.
Naturalmente que
esto solamente abarataría en parte los materiales. El pretender que nuestra
siderurgia los fabrique con la economía que son producidos por las fábricas
alemanas e inglesas es por ahora sencillamente una quimera. El suelo de la península
es sumamente pobre en materias necesarias para la siderurgia, sobre todo en
carbón, y hasta que aquella industria evolucione en el sentido de no tener que
usar de dicho combustible para la producción del hierro y el acero, no podrá
llegarse a la deseada baratura de los materiales. Y como conclusión afirmaremos
que para abordar y resolver los problemas que hemos señalado y para establecer
nuestra industria de construcción naval en condiciones de que pueda competir
con las del extranjero, es preciso que nuestras factorías ganen durante algunos
años un 50 por 100, mientras las alemanas, inglesas, etc., ganen un diez.
Hoy, desgraciadamente,
nos contentamos con ganar bastante menos que el cinco, y eso que tenemos una
prima de construcción elevada. Naturalmente que hacemos estas manifestaciones creyendo
que se puede llegar a tener una industria libre y floreciente y no una
encerrada en los estrechos límites de una protección pecuniaria del Estado,
porque de ser así, con la que existe basta y sobra.
Gradas primera, segunda y tercera de La
Constructora Naval.
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Y esta es nuestra
situación, a grandes rasgos. Si queremos progresar, nos encontramos frente a
una empresa ardua y difícil, pero no nos faltan esperanzas ni ánimos para
acometerla. Queremos reverdecer las pasadas glorias navales del Señorío de
Vizcaya. Tenemos ambición y la llevaremos a la práctica. Y para esto no pedimos
más ayuda del Estado ni restricciones exageradas de libre cambio. Sólo pedimos el
mantenimiento de la protección que disfrutamos, que solamente constituye una
indemnización por los daños que nos causa la protección necesaria a otros, un
poco de simpatía para nuestra industria y que nuestros gobernantes abandonen su
característica indiferencia por la industria naval tipificada por la creencia
de que el clásico carro español tirado por cuatro ínulas es mucho más importante
para el Estado que el mayor buque de nuestra Marina mercante.
Publicado el 12 de Agosto de 1.916
Por Ramón de la Sota Y Aburto
en LA ESFERA
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