lunes, 10 de agosto de 2015

La construcción naval en la ría de Bilbao.- 1916

La construcción naval en la ría de Bilbao.- 1916

   Una de las realidades que el actual conflicto europeo ha descubierto al público español es la necesidad que tiene toda la nación marítima de poseer una Marina mercante lo suficientemente grande para que en el transporte de sus productos y necesidades no tenga que depender de los servicios de flotas extrañas
Astilleros del Nervión. Barco de 3.000 toneladas, en construcción.
   Después de haber hecho este importante hallazgo, se llegó a la lógica conclusión de que si se quería tener una flota mercante libre y no dependiente del extranjero había que contar con astilleros y con medios propios para construir los buques que la integran.

   Enterados de estos descubrimientos los profesionales del pensamiento, hicieron  de nuestra industria una de sus tutelas, y desde entonces fueron depositándose pausadamente en la Prensa pesados escritos de extensa exposición de aquellas ideas, como si el nuevo edificio de la futura construcción naval en España fuera a batirse con grandes sillares de larga prosa.

   Se acordaron los publicistas de aquella máxima de que en España hay un poco de todo, y diéronse a la busca por toda la Península de algún centro de construcción naval mercante. Llegaron a Bilbao y aquí encontraron una pequeña industria de aquel ramo, que comenzaba a nacer y hasta había hecho algunos progresos.
   Se nos llenó a los constructores bilbaínos de alabanzas, y leyendo lo que sobre nosotros se ha escrito habrá quien crea que en progresos de construcción naval rivaliza nuestra ría con las de Clyde o el Tyne. Nosotros agradecimos íntimamente tanta lisonja, pero, por fortuna, las nubes de incienso con que nos obsequiaron no hicieron que se obscureciese la visión de la realidad que teníamos.

   Y la realidad es esta. Hubo en la ría de Bilbao una tradición grande y gloriosa que las numerosísimas construcciones navales de nuestros abuelos habían creado. En los pasados siglos, muchos buques fueron lanzados al mar de los astilleros bilbaínos, y puede decirse que allá por entonces podíamos vanagloriarnos de poseer un estilo propio y un modo particular de construir buques. Aún quedan en las márgenes del Nervión recuerdos de aquellas importantísimas factorías. Pueden verse cerca de Bilbao los restos y ruinas del famoso arsenal real de Zorroza, y entre papeles del archivo del consulado encontrará quien los compulse, que no era raro ver en las riberas de nuestra ría hace siglo y medio, ocho o diez buques en curso de construcción. Pero, desgraciadamente, todo aquello había desaparecido. En las postrimerías del siglo XVIII disminuyó notablemente la construcción naval en nuestro puerto, y cuando en los primeros años del XIX sobrevinieron la invasión francesa y las primeras guerras civiles, nuestra industria naval sufrió un rudo golpe.

Grada nueva en los talleres de la Euskalduna.
   Más tarde, los gobernantes españoles iniciaron su política de devastadora igualación, destruyendo con el Código de Comercio el noble edificio de nuestro Consulado, y falta la industria naval de su poderosa ayuda, languideció ostensiblemente.

   En los años sucesivos se siguió en España gobernando para, hacer pobres, y cuando pasada la mitad del siglo evolucionó la siderurgia, abandonando el método de las forjas catalanas por el de los modernos hornos altos, perdió España la gran ocasión que entonces la suerte le brindara de poseer dentro de sus fronteras la primera industria de hierro del mundo, y por el famoso decreto de Bases quedo reducida a la insignificancia nuestra hasta entonces importante siderurgia. Esto unido al estado de intranquilidad que las revueltas civiles tenían sumido al país, hizo que los pocos astilleros de madera que en Bilbao había fueran desapareciendo, sin convertirse sus propietarios en constructores de buques de hierro o acero, como acontecía en el extranjero.

   Después de la segunda guerra civil ya no existían astilleros en Vizcaya, y pasaron bastantes años sin que la industria naval diera señales de vida en nuestra ría. Por fin, en los últimos anos del pasado siglo se fundaron los Astilleros del Nervión, empresa que se estableció con grandes medios y muchas esperanzas; pero fue necesariamente llevada al fracaso por tener que depender la marcha de sus talleres de la obra que el Estado había de encargarle. Después de este fracasado intento de revivir la industria naval en Bilbao, pasó algún tiempo sin que nadie osara hacer un nuevo ensayo, hasta que en los primeros años de este siglo se fundó la Compañía Euskalduna. Comenzó construyendo, al amparo del Arancel de Aduanas, pequeñas embarcaciones de vapor, y más tarde, merced a la ley de Comunicaciones Marítimas, obra del último Gobierno del señor Maura, pudo ensanchar su esfera de acción hasta llegar a construir buques de gran tonelaje.

Astilleros del Nervión. Un vapor en el dique.
   A partir de la promulgación de esta ley, vuelve a revivir con pujanza la construcción naval en nuestra ría; se abren de nuevo los Astilleros del Nervión; se instalan en Sestao los grandes talleres de la Constructora Naval Española, y en general, todas nuestras factorías amplían sus recursos con nuevas instalaciones y se preparan a abordar empresas hasta entonces no intentadas, como la construcción de máquinas, codastes, etc. Hoy construimos solamente cascos; mañana construiremos máquinas. Dentro de un ano saldrán de nuestro puerto buques que de la quilla a la perilla son obra de nuestros astilleros. Pero esto no basta; los cascos que construimos nos resultan a los constructores muy caros; las máquinas que construyamos nos resultarán carísimas no podemos competir con el extranjero en mercado libre, y de existir aquí un régimen de puerta abierta, seríamos barridos del mercado español.
Sin las primas que la ley de Comunicaciones marítimas nos otorga, nuestros astilleros desaparecerían en un par de años. Los ingleses construyen un 40 100 más barato que nosotros, y casi todos los astilleros extranjeros nos aventajan en economía de construcción. Esto es debido, principalmente, a dos razones: a la de que no tenemos obreros debidamente adiestrados, y a que los materiales de construcción de que disponemos son sumamente caros. En lo primero nos llevan cincuenta años de ventaja los ingleses, y más de veinte los alemanes, americanos y holandeses. Pero aquí, en el Norte, donde el obrero es hábil, diligente y laborioso, se podrá, con constancia, enseñanza y estímulo, hacer progresos, y de ser sólo este el obstáculo que nos impide progresar, podríamos, en un plazo relativamente, incorporarnos a la evolución progresiva de la construcción naval en el mundo, mantener nuestro puesto y hasta adelantarnos en la carrera. Pero el problema difícil de resolver es el de la carestía de materiales. Hoy se da el caso, verdaderamente extraordinario, de que al constructor que posee un astillero en la ría de Bilbao, próximo a las grandes fábricas de hierros y aceros, se le sirve el material al mismo precio que a aquel que tenga su factoría en un punto de la península lo más alejado posible de los centros fabriles. Y esto es simplemente un absurdo, porque no pueden establecerse astilleros en lugares que por capricho se desee, sino en aquellas localidades que por su situación geográfica y por la rapidez y baratura con que a ellas puedan ser transportados los materiales, ofrezcan al constructor ocasión de establecer un centro de industria naval que pueda competir en buenas condiciones con sus similares del extranjero. Pero aun haciendo desaparecer este absurdo, no está resuelto el problema. La carestía de los materiales es debida primeramente a la falta de competencia que hay en España entre los constructores de los mismos; las fábricas que hoy los hacen tienen pedidos muy superiores a su limitada producción. Hay, pues, que levantar nuevos altos hornos e instalar más talleres de laminación.

   Naturalmente que esto solamente abarataría en parte los materiales. El pretender que nuestra siderurgia los fabrique con la economía que son producidos por las fábricas alemanas e inglesas es por ahora sencillamente una quimera. El suelo de la península es sumamente pobre en materias necesarias para la siderurgia, sobre todo en carbón, y hasta que aquella industria evolucione en el sentido de no tener que usar de dicho combustible para la producción del hierro y el acero, no podrá llegarse a la deseada baratura de los materiales. Y como conclusión afirmaremos que para abordar y resolver los problemas que hemos señalado y para establecer nuestra industria de construcción naval en condiciones de que pueda competir con las del extranjero, es preciso que nuestras factorías ganen durante algunos años un 50 por 100, mientras las alemanas, inglesas, etc., ganen un diez.

   Hoy, desgraciadamente, nos contentamos con ganar bastante menos que el cinco, y eso que tenemos una prima de construcción elevada. Naturalmente que hacemos estas manifestaciones creyendo que se puede llegar a tener una industria libre y floreciente y no una encerrada en los estrechos límites de una protección pecuniaria del Estado, porque de ser así, con la que existe basta y sobra.

Gradas primera, segunda y tercera de La Constructora Naval.
   Y esta es nuestra situación, a grandes rasgos. Si queremos progresar, nos encontramos frente a una empresa ardua y difícil, pero no nos faltan esperanzas ni ánimos para acometerla. Queremos reverdecer las pasadas glorias navales del Señorío de Vizcaya. Tenemos ambición y la llevaremos a la práctica. Y para esto no pedimos más ayuda del Estado ni restricciones exageradas de libre cambio. Sólo pedimos el mantenimiento de la protección que disfrutamos, que solamente constituye una indemnización por los daños que nos causa la protección necesaria a otros, un poco de simpatía para nuestra industria y que nuestros gobernantes abandonen su característica indiferencia por la industria naval tipificada por la creencia de que el clásico carro español tirado por cuatro ínulas es mucho más importante para el Estado que el mayor buque de nuestra Marina mercante.

Publicado el 12 de Agosto de 1.916

Por Ramón de la Sota Y Aburto

en LA ESFERA

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