El vuelo Vitoria-Buenos Aires, hazaña
que prepara el piloto español
don Jesús Martínez San Vicente.
Será el cuarto “raid" trasatlántico
entre España y América, y
el primero realizado por un aviador español, solo,
a bordo de su aparato.
Qué nos brinda el
otro lado del Atlántico para que aun soñemos con la aventura de saltar sobre la
cresta de sus olas?.
Nos tienta América,
como en los tiempos heroicos de su conquista y de su parcelación entre las
coronas europeas. Franco y los suyos, siguiendo la ruta de Colón, saltaron en
1926 desde el mismísimo Palos de Moguer a Buenos Aires, emulando la hazaña de
Gago Coutinho y Sacadura Cabral, que fueron los primeros, cinco años antes, en
cruzar el Atlántico sur. Después de la proeza de Franco y sus compañeros,
España inscribe en su libro de gloria la feliz travesía trasatlántica de
Jiménez e Iglesias, y años más tarde, otra gesta heroica: la de Barberán y
Collar, que remataron su brillante página con un trágico garabato que les costó
la vida y que aun no ha sido descifrado.
En estos días ha
salido a la luz pública el proyecto de otro salto trasatlántico, entre Vitoria
y Buenos Aires, por la ruta de Dakar y Natal.
¿Objeto?. Verán
ustedes: ya no se pueden hacer las cosas para epatar. Ya estamos epatados todos
y nos duele la boca de abrirla en gesto de asombro y se fatigan los ojos con el
brillo de las hazañas deslumbrantes. Tan cierto es esto, que hemos llegado ya
al momento mismo en que estamos dispuestos a asombrarnos por todo y a no
asombrarnos por nada; no por la cuantía, importancia o novedad de las cosas en
sí, sino por el humor de que nos coja.
Por eso, el propósito de Jesús Martínez San Vicente de
meterse sólito en un avión comercial y llegarse a Buenos Aires, no tiene un
móvil aparatoso de hacerse una fama y tener pendiente de su peripecia a irnos millones
de pobladores del Globo terrestre o de obligar a que los rotativos gasten
tinta, plomo y cinc en su alabanza. La cosa es mucho más sencilla. Va nada más
que a ver si se puede llegar.
Entendámonos: a ver si se puede llegar con
un avión comercial, un aparato de los que se usan para todo trote. Con un avión
expresamente fabricado para uno: de estos saltos, ya sabemos de antemano que se
llega.
Pero eso no vale. Es
que detrás de Franco, de Coutinho y de San Vicente estamos muchos ciudadanos
que no hemos atravesado el Atlántico sur por vía aérea, y nadie nos negara el
derecho.
Se trata de medir
el grado de posibilidad del establecimiento de una línea regular de servicio
aéreo entre España y la Argentina, con
fines comerciales, y es obvio que para servir una línea comercial no se pueden
utilizar los costosos «pura sangre», los modelos alquitarados que se construyen
expresamente para un raid con miras al éxito espectacular y guiado por
móviles publicitarios.
El avión que se
está haciendo para este intente es, dentro de los últimos adelantos logrados en
la construcción aérea, un modelo destinado a la fabricación en serie. Si su
construcción aislada, que se calcula estará ultimada para dentro de mes y
medio, cuesta unas trescientas mil pesetas, su fabricación en serie llegará a
conseguir un precio unitario de cincuenta mil o sesenta mil.
Hemos visitado la
fábrica de aviones de Retuerto, en Baracaldo, a unos quince kilómetros de
Bilbao.
Uno no puede,
cuando entra en las naves donde la fabricación tiene lugar, evitar una
comparación macabra: parece un, cementerio lleno de esqueletos de aviones.
Peor aún: parece un osario lleno de huesos y costillas de avión.
Deliberadamente,
buscamos uno: el de la proeza.
El señor Sablier,
joven ingeniero francés que dirige la construcción, nos lo señala. Un armazón.
Cuando esté terminado,
será nada más que un avión para ocho pasajeros, provisto de dos motores, con 370
caballos, para una velocidad de 180 kilómetros por hora. En este primer viaje
los pasajeros serán substituidos por gasolina. Menos amenidad, si ustedes
quieren; pero más seguro. Aunque, bien mirado, no mucho, porque el exceso de
gasolina sobre la necesaria calculada para el segundo salto, o sea el margen de
seguridad para una desviación o una jugarreta de los vientos, es bastante
precario. Nada más que 500 litros de exceso sobre lo que se necesitaría para
volar de Dakar a Natal. Por tanto, si entre estos dos puntos sobreviniese la
desagradable contingencia de un pequeño error en la ruta o un viento
desfavorable que obligase al aparato a consumir muchas energías en vencer sus
efectos, el riesgo sería de gran importancia.
Este, un joven de veintiséis años que lleva
cuatro años como piloto aviador, no es un navegante improvisado. Su profesión
genuina es marino, con el grado de capitán mercante, y su propósito de realizar
este vuelo tampoco responde a una improvisación, sino que está concienzudamente
estudiado desde hace años que lo meditó.
Sus deseos fueron
los de realizar un vuelo de esta naturaleza bajo el patronato particular, ya
que por sus medios no le era posible sufragarlo. Creemos ocioso decir que su
pesquisa en pos de quien organizase y sufragase la empresa fue todo lo penosa
que inevitablemente tienen que ser las pesquisas de este género. Hasta que el
señor Garay Sesúmaga, de espíritu propicio a todas las audacias, abordado por
el señor Martínez San Vicente, ofreció su escarcela y sus talleres para la
empresa proyectada.
Una de las primeras fases de la
construcción de la aeronave qué utilizará Martínez San Vicente para realizar el
vuelo
Vitoria-Buenos Aires.
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Hay que recalcar
que en esta empresa hay un trance particularmente duro, sobre todo teniendo en
cuenta que el avión va en manos de un solo hombre, que tiene que librar una
titánica lucha con el sueño y el agotamiento en diez y siete o diez y nueve
horas de vuelo, que suceden a otras horas de ruda faena y de angustiosa soledad
sobre el mar, donde sólo la Providencia o algún barco guiado por ella pueden
valerle en caso de percance.
De todos modos,
pese a todos los riesgos, el joven aviador tiene alientos para pensar en la
temeridad de ir desde Vitoria a Nueva York—más de cinco mil kilómetros—en una
sola etapa. Aventura erizada de dificultades, puesto que, sobre tratarse de una
distancia poco asequible al radio de acción de un aeroplano, la ruta es un
completo «cuesta arriba», como llaman los aviadores a los trayectos en los que
es preciso volar contra el viento.
Y henos aquí en la
fábrica de aviones de Retuerto, que veníamos tras de unos datos sobre un vuelo trasatlántico, y nos encontramos con una
interesante información, que en este momento, por la premura del tiempo y el agobio
del espacio, no nos es dable abordar: la primera fábrica española de aviones,
de carácter particular. Es decir: el primer propósito de explotar la aviación,
en su aspecto de construcción de aparatos, al margen del único cliente que la
aviación tiene en España y que, como todo el mundo sabe es el Estado.
Perspectiva del ala que se está
construyendo para el avión de Martínez San Vicente,
y en la que irán instalados los motores
y algunos de los depósitos de esencia.
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Porque los demás
clientes bien poco significan en la vastedad del territorio y en la cifra de su
población.
Es -se dice- que en
España no se ofrece ni el menor incentivo a los poseedores particulares de
aviones y avionetas. No hay campos bien acondicionados, y los campos en medianas condiciones son escasísimos. En
las Guías aviatorias del Extranjero se ha llegado a consignar la advertencia de
que los pilotos que deseen cruzar nuestro territorio vayan bien abastecidos de todo,
para no tener necesidad de aterrizar en él, por la dificultad que esto entraña;
baldón que sería de desearse borrase cuanto antes.
Pero a esto replica
el señor Garay:
-Bien; pero hay que
tener en cuenta que el automóvil precedió a la carretera, sin que esto sea
ninguna paradoja. La carretera de la diligencia era impracticable para el
automóvil de hoy. No importa. El automóvil necesita la carretera, y
naturalmente, la impone. Cuando en España haya unos cuantos señores que
verdaderamente necesiten campos de aterrizaje y despegue, España los tendrá por
la misma ley biológica que supedita la creación de un órgano a la existencia de
una función que lo reclama. ¿Cuándo llegará ese momento en que el avión esté
difundido como medio particular de transporte? Pues esa es la cuestión. Nosotros,
por si es ese el camino, nos preparamos a lanzar modelos sencillos y
baratísimos, uno de los cuales fabricaremos en serie, para vender a tres mil...
-¿Duros?- interrogamos.
-No, señor.
Pesetas.
Sonreímos. -Indudablemente- pensamos para nuestro
interior -se están arreglando las cosas de forma que uno se encuentre con todos
los medios para romperse la cabeza. Todo son facilidades.
Luego nos
arrepentimos de haber pensado así. Es un comentario demasiado primitivo y en
pugna con el entusiasmo y el valor que ese muchacho vitoriano pone al servicio
de unas ilusiones de las que el progreso tendrá mucho que ganar.
Publicado por Benjamin Nuñez Bravo
El 10 de Febrero de 1.935 en CRÓNICA.
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