sábado, 16 de abril de 2016

La fábrica de aviones de Baracaldo.- 1935


El vuelo Vitoria-Buenos Aires, hazaña que prepara el piloto español
 don Jesús Martínez San Vicente.

Será el cuarto “raid" trasatlántico entre España y América, y

 el primero realizado por un aviador español, solo, a bordo de su aparato.

Gráfico donde aparece, en linea maciza, el itinerario Vitoria-Oakar-Natal-Buenos Aires, que se propone recorrer en 
su próximo vuelo trasatlántico el piloto señor Martínez San Vicente. En líneas quebradas, los itinerarios seguidos,
en sus vuelos trasatlánticos, por Franco y sus compañeros y por Barberán y Collar.
   Qué nos brinda el otro lado del Atlántico para que aun soñemos con la aventura de saltar sobre la cresta de sus olas?.

   Nos tienta América, como en los tiempos heroicos de su conquista y de su parcelación entre las coronas europeas. Franco y los suyos, siguiendo la ruta de Colón, saltaron en 1926 desde el mismísimo Palos de Moguer a Buenos Aires, emulando la hazaña de Gago Coutinho y Sacadura Cabral, que fueron los primeros, cinco años antes, en cruzar el Atlántico sur. Después de la proeza de Franco y sus compañeros, España inscribe en su libro de gloria la feliz travesía trasatlántica de Jiménez e Iglesias, y años más tarde, otra gesta heroica: la de Barberán y Collar, que remataron su brillante página con un trágico garabato que les costó la vida y que aun no ha sido descifrado.

   En estos días ha salido a la luz pública el proyecto de otro salto trasatlántico, entre Vitoria y Buenos Aires, por la ruta de Dakar y Natal.
 
  ¿Objeto?. Verán ustedes: ya no se pueden hacer las cosas para epatar. Ya estamos epatados todos y nos duele la boca de abrirla en gesto de asombro y se fatigan los ojos con el brillo de las hazañas deslumbrantes. Tan cierto es esto, que hemos llegado ya al momento mismo en que estamos dispuestos a asombrarnos por todo y a no asombrarnos por nada; no por la cuantía, importancia o novedad de las cosas en sí, sino por el humor de que nos coja.

Por eso, el propósito de Jesús Martínez San Vicente de meterse sólito en un avión comercial y llegarse a Buenos Aires, no tiene un móvil aparatoso de hacerse una fama y tener pendiente de su peripecia a irnos millones de pobladores del Globo terrestre o de obligar a que los rotativos gasten tinta, plomo y cinc en su alabanza. La cosa es mucho más sencilla. Va nada más que a ver si se puede llegar.

   Entendámonos: a ver si se puede llegar con un avión comercial, un aparato de los que se usan para todo trote. Con un avión expresamente fabricado para uno: de estos saltos, ya sabemos de antemano que se llega.
   Pero eso no vale. Es que detrás de Franco, de Coutinho y de San Vicente estamos muchos ciudadanos que no hemos atravesado el Atlántico sur por vía aérea, y nadie nos negara el derecho.

   Se trata de medir el grado de posibilidad del establecimiento de una línea regular de servicio aéreo  entre España y la Argentina, con fines comerciales, y es obvio que para servir una línea comercial no se pueden utilizar los costosos «pura sangre», los modelos alquitarados que se construyen expresamente para un raid con miras al éxito espectacular y guiado por móviles publicitarios.

   El avión que se está haciendo para este intente es, dentro de los últimos adelantos logrados en la construcción aérea, un modelo destinado a la fabricación en serie. Si su construcción aislada, que se calcula estará ultimada para dentro de mes y medio, cuesta unas trescientas mil pesetas, su fabricación en serie llegará a conseguir un precio unitario de cincuenta mil o sesenta mil.

Vista de Retuerto (Baracaldo-Vizcaya), y de la fábrica de aviones donde se está construyendo el aparato comercial
que utilizará el piloto español don Jesús Martínez San Vicente para efectuar su proyectado vuelo trasatlántico desde
Vitoria a Buenos Aires.
   Hemos visitado la fábrica de aviones de Retuerto, en Baracaldo, a unos quince kilómetros de Bilbao.

   Uno no puede, cuando entra en las naves donde la fabricación tiene lugar, evitar una comparación macabra: parece un, cementerio lleno de esqueletos de aviones. Peor aún: parece un osario lleno de huesos y costillas de avión.

   Deliberadamente, buscamos uno: el de la proeza.

   El señor Sablier, joven ingeniero francés que dirige la construcción, nos lo señala. Un armazón.

   Cuando esté terminado, será nada más que un avión para ocho pasajeros, provisto de dos motores, con 370 caballos, para una velocidad de 180 kilómetros por hora. En este primer viaje los pasajeros serán substituidos por gasolina. Menos amenidad, si ustedes quieren; pero más seguro. Aunque, bien mirado, no mucho, porque el exceso de gasolina sobre la necesaria calculada para el segundo salto, o sea el margen de seguridad para una desviación o una jugarreta de los vientos, es bastante precario. Nada más que 500 litros de exceso sobre lo que se necesitaría para volar de Dakar a Natal. Por tanto, si entre estos dos puntos sobreviniese la desagradable contingencia de un pequeño error en la ruta o un viento desfavorable que obligase al aparato a consumir muchas energías en vencer sus efectos, el riesgo sería de gran importancia.

El corresponsal de CRÓNICA en Bilbao, nuestro querido colaborador Benjamín Núñez Bravo (2), examinando el interior
del fuselaje del avión que el ingeniero francés Mr. Sablier (1) construye para el vuelo trasatlántico que intentará
en breve el piloto Martínez San Vicente.
    Por lo demás, la capacidad y la fortaleza del aparato están, según los cálculos, fuera de toda duda. Su construcción se lleva a cabo bajo la dirección del señor Sablier y la orientación del señor Martínez San Vicente.

   Este, un joven de veintiséis años que lleva cuatro años como piloto aviador, no es un navegante improvisado. Su profesión genuina es marino, con el grado de capitán mercante, y su propósito de realizar este vuelo tampoco responde a una improvisación, sino que está concienzudamente estudiado desde hace años que lo meditó.

   Sus deseos fueron los de realizar un vuelo de esta naturaleza bajo el patronato particular, ya que por sus medios no le era posible sufragarlo. Creemos ocioso decir que su pesquisa en pos de quien organizase y sufragase la empresa fue todo lo penosa que inevitablemente tienen que ser las pesquisas de este género. Hasta que el señor Garay Sesúmaga, de espíritu propicio a todas las audacias, abordado por el señor Martínez San Vicente, ofreció su escarcela y sus talleres para la empresa proyectada.

Una de las primeras fases de la construcción de la aeronave qué utilizará Martínez San Vicente para realizar el vuelo
Vitoria-Buenos Aires.
   Hay que recalcar que en esta empresa hay un trance particularmente duro, sobre todo teniendo en cuenta que el avión va en manos de un solo hombre, que tiene que librar una titánica lucha con el sueño y el agotamiento en diez y siete o diez y nueve horas de vuelo, que suceden a otras horas de ruda faena y de angustiosa soledad sobre el mar, donde sólo la Providencia o algún barco guiado por ella pueden valerle en caso de percance.

   De todos modos, pese a todos los riesgos, el joven aviador tiene alientos para pensar en la temeridad de ir desde Vitoria a Nueva York—más de cinco mil kilómetros—en una sola etapa. Aventura erizada de dificultades, puesto que, sobre tratarse de una distancia poco asequible al radio de acción de un aeroplano, la ruta es un completo «cuesta arriba», como llaman los aviadores a los trayectos en los que es preciso volar contra el viento.

   Y henos aquí en la fábrica de aviones de Retuerto, que veníamos tras de unos datos sobre un vuelo  trasatlántico, y nos encontramos con una interesante información, que en este momento, por la premura del tiempo y el agobio del espacio, no nos es dable abordar: la primera fábrica española de aviones, de carácter particular. Es decir: el primer propósito de explotar la aviación, en su aspecto de construcción de aparatos, al margen del único cliente que la aviación tiene en España y que, como todo el mundo sabe es el Estado.

Perspectiva del ala que se está construyendo para el avión de Martínez San Vicente,
y en la que irán instalados los motores y algunos de los depósitos de esencia.
   Porque los demás clientes bien poco significan en la vastedad del territorio y en la cifra de su población.
  
   Es -se dice- que en España no se ofrece ni el menor incentivo a los poseedores particulares de aviones y avionetas. No hay campos bien acondicionados, y los campos  en medianas condiciones son escasísimos. En las Guías aviatorias del Extranjero se ha llegado a consignar la advertencia de que los pilotos que deseen cruzar nuestro territorio vayan bien abastecidos de todo, para no tener necesidad de aterrizar en él, por la dificultad que esto entraña; baldón que sería de desearse borrase cuanto antes.

   Pero a esto replica el señor Garay:
  -Bien; pero hay que tener en cuenta que el automóvil precedió a la carretera, sin que esto sea ninguna paradoja. La carretera de la diligencia era impracticable para el automóvil de hoy. No importa. El automóvil necesita la carretera, y naturalmente, la impone. Cuando en España haya unos cuantos señores que verdaderamente necesiten campos de aterrizaje y despegue, España los tendrá por la misma ley biológica que supedita la creación de un órgano a la existencia de una función que lo reclama. ¿Cuándo llegará ese momento en que el avión esté difundido como medio particular de transporte? Pues esa es la cuestión. Nosotros, por si es ese el camino, nos preparamos a lanzar modelos sencillos y baratísimos, uno de los cuales fabricaremos en serie, para vender a tres mil...

Al mismo tiempo que en la fábrica de Retuerto se construye el avión trasatlántico
que realizará el vuelo Vitoria-Buenos Aires, se prepara la fabricación en serie de esta
«jaquita» aérea, que se venderá a un precio apenas superior al de una máquina de
escribir.
   -¿Duros?- interrogamos.
   -No, señor. Pesetas.
    Sonreímos.  -Indudablemente- pensamos para nuestro interior -se están arreglando las cosas de forma que uno se encuentre con todos los medios para romperse la cabeza. Todo son facilidades.
   Luego nos arrepentimos de haber pensado así. Es un comentario demasiado primitivo y en pugna con el entusiasmo y el valor que ese muchacho vitoriano pone al servicio de unas ilusiones de las que el progreso tendrá mucho que ganar.

Publicado por Benjamin Nuñez Bravo

El 10 de Febrero de 1.935 en CRÓNICA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario