En favor de un pueblo caído en la más dramática miseria. –
1934
Una perspectiva del pueblecito de San
Julián de Musques, en Vizcaya. Sus tierras han quedado estériles
para el cultivo, tras el trabajo minero de los años últimos.
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Era tranquilo el ritmo de la vida en el pueblecito de San Julián de Musques. Tierras verdes y cielos plomizos de Bilbao. Un paisaje ondulado de montes y de valles, una canción frecuente de lluvia. Las horas se deslizaban blandamente, iguales y felices. El trabajo llevaba su alegría a todos los hogares y ponía horizontes despejados ante todas las vidas. Los hombres de San Julián de Musques vivían sin la inquietud del mañana incierto. El fantasma del hambre no existía para ellos, entregados a aquel ritmo plácido y seguro de la vida en el pueblecito de Vizcaya.
Tierra de minas esta de San Julián de Musques. De las entrañas de ella había surgido la obscura riqueza que era el pan del pueblo. Todos los hombres del lugar estaban trabajando en las explotaciones mineras, y aun había labor para muchos de otros sitios. En la mejor época llegó a haber en cada mina trabajo basta para tres mil hombres.
Todavía logran trabajar en las minas algunos obreros, mínima parte de los que hace
unos años trabajaban en las entrañas de la tierra de este pueblecito vasco.
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El
rendimiento de esta tierra era verdaderamente extraordinario. Una auténtica riqueza
surgía de las entrañas del
pueblo, y en los hogares era unánime y gozosa la felicidad. Aquella riqueza se expandía por toda Vizcaya; iba, más allá de la tierra propia, a
convertirse en nueva vitalidad y en riqueza nueva.
Todo ello, sin embargo, quedó atrás. El horizonte de aquella vida feliz se ensombreció. Las
dramáticas palabras que son hoy el leith-motiv de la vida española-crisis, falta de trabajo, paro ... -se proyectaron sobre San
Julián de Musques, apuñalando su ambiente tranquilo, alejando de sus calles la animación de los días anteriores. Se fue paralizando el trabajo en las minas. Se cerraron varias, y otras, en las que los trabajadores se contaban antes por miles, apenas
tenían ahora una veintena de hombres.
Dejó
de ser tranquilo el ritmo de la vida en San Julián de Musques. Día a día, la necesidad apretaba más su cerco al pueblo que había entregado todo su esfuerzo y toda su riqueza a Vizcaya. La tierra, por los trabajos de minería en ella hechos, habla quedado estéril para toda clase de cultivo. No quedaba el recurso de la agricultura, de obtener de la tierra los frutos que pudiesen ayudar a la vida diaria.
Agotadas
todas las posibilidades de trabajo, casi imposible ya la vida, los hombres empezaron a marchar del pueblo.
Iban a la capital o a otros pueblos, tras lo que en el suyo no
hallaban: trabajo, pan de los suyos. Quedaban desiertas las calles de San Julián de Musques. En los hogares era ya una
realidad palpitante y viva la miseria. Ropas y muebles iban siendo empeñados, y lo más necesario de los pobres ajuares marchaba
de ellos para ser convertido en un pedazo de pan. Casi todo el pueblo
estaba ya bajo el signo dramático del hambre.
Apenas
quedaron en San Julián de Musques más que mujeres. Mujeres que remendaban una y
otra vez las pobres ropas destrozadas y envejecidas, que eran lo único que había quedado en el bogar acosado por la miseria. Mujeres y chiquillos, en esa lenta agonía de las horas cada vez más obscuras, del pan que falta, de
los días que se marchan sin huella de esperanza.
El paisaje-sinfonía de verdes y de grises era el mismo de hace unos años, y, sin embargo, tenía ahora un tinte inédito de pesadumbre, como si la necesidad de aquellos hombres y aquellas mujeres se hubiese materializado en sombras, en nubes
nuevas sobre la tierra del pueblo.
El espectáculo de San Julián de Musques -pueblo empobrecido, vida miserable, calles desiertas-
habló al corazón de los que podían atenuar ese estado de cosas. Surgió
una suscripción para que aquella miseria no abocase a una
situación trágica. Inició este movimiento
de atención la Radio Emisora Bilbaína. La apremiante llamada tuvo bien pronto ecos generosos. El conocimiento de aquellas estampas de angustia que formaban ahora la vida en San Julián de Musques impresionó hondamente el ánimo de todos.
La suscripción crecía rápidamente. ¿Dinero? Hacía falta el de todos: el de los poderosos y el de
los humildes. Y así, aquéllos contribuyeron
con cantidades de importancia, y éstos, con cifras modestas, como, por ejemplo, la de cincuenta céntimos. Otros dieron ropas, prendas de abrigo. Algunos, comestibles. Un comerciante, por ejemplo, envió con destino a. los necesitados de San Julián de Musques media tonelada de patatas. Casi todo Bilbao se puso al
servicio de este movimiento generoso.
Las calles desiertas del pueblo; la mayor parte de los hombres ha marchado
hacia la capital, hacia otros pueblos,
en busca del trabajo que falta en San Julián. |
Ya,
al menos durante una temporada, y mientras llegan soluciones
de mayor permanencia, no será una áspera realidad la pasada miseria en San Julián de Musques. Los pobres chiquillos ateridos tendrán ropas con que cubrirse, y en los
hogares no faltará lo más necesario. Si no su perdida alegría, el pueblo recobrará algo de
aquella vida suya sin el
acoso de la miseria.
La caridad bilbaína ha acudido en remedio de la miseria del pueblo.
He aquí una parte de los objetos enviados - ropas, comestibles ... - para los pobres hogares de San Julián de
Musques.
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No
faltará el pan, y mientras la tragedia se aleja del pueblo, podrá darse paso a la esperanza de que un día vuelva el trabajo a
cantar en las minas, y los hombres puedan vivir en San Julián sin ir a buscar lejos el pan de los suyos. Otra vez las entrañas de la
tierra, merced al esfuerzo del hombre, tomarán a ser fecundas. El pueblo tendrá de nuevo su antiguo ritmo plácido y feliz. Todos, mientras
eso llega, ponen su fe en que algún día pueda ser sólo fina pesadilla lejana esta miseria dolorosa que ahora, hasta que llegó el humano gesto de unos hombres de buena voluntad, hizo dramática la vida en el pueblo que fue un día feliz.
En esta mina, el trabajo
quedó paralizado totalmente. Lo que un día fue manantial de riqueza, es hoy
fuente exhausta,
tierra infecunda para toda otra labor que pudiera convertirse en pan.
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Publicado el 18 de Abril de 1934 por J. Montero Alonso
En Mundo Gráfico.
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