lunes, 24 de agosto de 2015

La tradición del progreso.- 1916

La tradición del progreso.- 1916

Jura de los fueros de Vizcaya por el Rey Don Fernando el Católico, bajo el Árbol de Guernica.
   Quien de las preocupaciones, desordenadas,  pero fuertes y generosas, de nuestra política, en la que todos los problemas nacionales del día, tradicionalismo, socialismo, proteccionismo, regionalismo, se han dado antes y con más violencia, se enterase a medias, sacaría la impresión de que hay dos Vizcayas distintas mal acopladas en nuestro carácter: una, la Vizcaya de los vizcaínos, que decía Tirso, la Vizcaya de la tradición, infanzona y rural, en cuyos valles de idilio persuaden de que la virtud y el trabajo pueden hacer compatible la felicidad con la pobreza; otra nueva y de acarreo, la del mineral y las huelgas, la agitada Vizcaya cuya visión ha tenido tal vez ante esas factorías erizadas de chimeneas, en que un hormiguero de cíclopes fuerza y esclaviza a la Naturaleza entre llamaradas que suben al cielo e incendian las aguas del Nervión. Y, sin embargo, ninguna región tan una con su pasado y en su presente como esta Vizcaya, el tronco añoso, de cuyas instituciones, simbolizadas en el roble de Guernica, brota verde follaje y produce sazonados frutos cada vez que sobre el mundo se alza el alborear de una nueva esperanza.

   El prurito de diferenciar a Vizcaya y sus hermanas Álava, Guipúzcoa y Navarra del resto de España, y en especial de Castilla, ha sido quizá la causa de que la historia del pueblo vasco esté aún por hacer. Porque, justamente, su misión histórica no parece haber sido otra que la de conservar intacto, a través  de los siglos el sagrado del espíritu español y promover la unidad de los elementos que integran la nación.  ¿Cómo sin este pueblo, que habla hoy mismo la lengua que antes de la conquista romana se  habló en España entera, podría nuestra Patria enlazar su presente con aquel su remoto pasado?. Los vascos en la Edad Media hicieron posible en Roncesvalles, con la derrota de Carlomagno, la independencia de los reinos españoles de la Península. Un soberano del reino vasco por excelencia, Navarra, Sancho el Mayor, de cuyas manos salieron convertidos en reinos Castilla y Aragón, fue el Primero que se llamó Rey de las Españas. No hay en la Reconquista hecho saliente al que concurran  los vascos, y en los momentos decisivos en que, como en las Navas de Tolosa, todos los españoles se ven reunidos, hay en la Vanguardia un Señor de Vizcaya para iniciar, al frente de los caballeros vizcaínos, la batalla, y un Sancho el Fuerte, de Navarra, para determinar la victoria. Cuando Castilla surge de la deshonra y el caos con doña Isabel, y mediante el enlace de esta heroica princesa con D. Fernando de Aragón, se crea la unidad nacional, ¿quiénes con mayor resolución que Guipúzcoa y Vizcaya patrocinan este matrimonio y defienden sus derechos contra los partidarios de la Beltraneja y contra las armas de los reyes de Portugal y de Francia?.

Castillo de Munguia.
    Los campos de Munguía y los castillos de Burgos y Zamora dan testimonio de ello. Y en la época de los descubrimientos, en que se forma en América una unidad supernacional, hace y garantía la más firme hoy de nuestra unidad propia, ¿hay región de España que pueda presentar la larga serie de navegantes, conquistadores y colonizadores que las costas vascas del litoral cantábrico?. En cuanto a Vizcaya, tierra apartada, según se decía en los buenos tiempos forales, pero del peñón de Castilla, en las empresas y en las intrigas de la corte castellana, jugaron sus Señores de las casas de Haro y de Lara papel preponderante, hasta que, hartos los vizcaínos, dieron en los tiempos del rey D. Pedro (1358) con mejor manera de asegurar su libertad, declarando las Juntas generales de Guernica que “nunca havria  otro señor de Vizcaya, salvo el rey de Castilla, e que non los fablase hombre del mundo en él”, requerimiento al que respondió peco después el expeditivo monarca exclamando ante la muchedumbre reunida en la plaza de Bilbao: -¡Calad y vuestro señor que vos demanda!, al tiempo que lanzaba por el balcón el cadáver del Infante D. Juan, pretendiente al Señorío.

Castillo de Arteaga.
   Lazo que une el pasado medieval  en España con el espíritu moderno han sido desde entonces los Fueros de Vizcaya -que de ellos, en particular, me invita amablemente LA ESFERA a ocultarme-. En  1451. El Señor de Vizcaya D. Juan II de Castilla, nombra corregidor del Señorío a Juan Hurtado de Mendoza, que era ya prestamero en él.  Los vizcaínos todos se pronuncian en Guernica contra el desafuero; 4.000 hombres de armas apoyan la actitud de “los mejores de Vizcaya”. Era que se planteaba el problema constitucional de la separación de los poderes, porque, según el Fuero, el prestamero que es secutor (ejecutor), no puede ser corregidor, que es juez. El episodio parece anacrónico de puro actual, pero el mismo Lope García de Salazar, cabeza y cronista del movimiento, nos lo dice en sus Bienandanzas é Fortunas: “Ca Viscaya siempre obedesiera más libertades que otras tierras que los omes sopiesen”. Y en efecto, en una época en que la plenitud del derecho sólo se otorgaba al hijodalgo, alcanzó la igualdad ante la ley haciendo hijosdalgo a todos los vizcaínos, y ni su casa, ni sus armas, ni su caballo podían ser embargados, ni se les podía someter a tormento, ni las autoridades eclesiásticas en cosas civiles tenían jurisdicción sobre ellos (acerca de lo cual, después de cuatrocientos años de destierro, el obispo se avino, en 1537 a firmar un curioso concordato), ni el Merino ni ejecutor alguno podía, sin mandato judicial, entrar en la casa de un vizcaíno ni acercarse a cuatro brazas de ella, ni podían ser detenidos sino por causa de delito y después de haber sido llamados y no haber comparecido so el Árbol de Guernica. ¿Qué tiene de extraño que al alborear de una nueva época para España entera, los legisladores de Cádiz saludaran en los Fueros vascongados las únicas supervivientes de las libertades españolas, sobre las que se proponían asentar el régimen de la nación redimida, y que las Juntas de Guernica declararan a su vez “la maravillosa uniformidad” entre la suya y la Constitución de Cádiz, en la que “se halla trasladado el espíritu de la Constitución de Vizcaya”?.

Castillo de Muñatones.
   Pero el fuero de Vizcaya no rinde toda su sustancia al instaurarse en España el régimen constitucional. Aún rige en lo civil. Y si su reforma y renovación responden a lo que tradicionalmente ha significado, no vendrá a ser otra cosa que el código de la pequeña propiedad rural, dando una fórmula, de aplicación general a la nación, que no es la menos indicada, en opinión de muchos, para la solución, al menos en cuanto a los labradores, de la cuestión social.

   La tradición de las instituciones vizcaínas sigue siendo, como se ve, susceptible de progreso.

   La Vizcaya de la expansión económica actual no es, por otra parte, una improvisación, que de los mismos tiempos medioevales data la prosperidad de la navegación y de las ferrerías de Vizcaya, arsenal el más abundante y semillero de marinos desde el siglo XV y aun antes. De la importancia comercial de Bilbao dice bastante la historia de su Consulado, cuyas Ordenanzas de 1737, primer Código de Comercio del mundo, realizaron respecto del Derecho Mercantil, no sólo en España, sino también en sus Américas, esa unidad legislativa que en ninguna otra rama del derecho privado patrio ha podido aún lograrse.

   El advenimiento del espíritu moderno se anuncia espléndidamente en esta tierra con aquella “Sociedad Bascongada de los Amigos del País”, madre de las que al poco tiempo surgieron por toda España, que más que un movimiento de cultura es una patriótica y nobilísima cruzada por la redención nacional.

   Sus ensayos y propagandas para la mejora de la agricultura, sus innovaciones en la elaboración de los hierros y aceros, sus investigaciones de la riqueza mineral del suelo vascongado, su solicitud en el estudio de la economía política y de las letras, de que las “Recreaciones políticas” de Arriquibar, la “Lógica”, de Condillac, arreglada por Foronda, las fábulas de Samaniego y la preparación del primer diccionario de vascuence, son buena prueba, están pregonando ese pragmatismo tan característico del pueblo vasco.

Casa de juntas de Guernica.
   Extravíos de los tiempos que corren, hijos de la misma relajación del sentimiento patriótico que con diversas formas es fácil observar en toda España, encontrarán pronto, hay que esperarlo, su remedio; y no será el menos eficaz la depuración misma de la historia de nuestro país. Junto al árbol de Guernica y al otro lado de los sitiales del Regimiento del Señorío se venía de tiempo inmemorial plantando un renuevo para que, al morir, otro hijo suyo cubriera con su sombra el venerado recinto. Hoy el renuevo es ya árbol, pero el tronco seco del último que presidió Juntas forales se ha dejado en su sitio, cubriéndolo con un fanal y defendiéndole a fuerza de drogas de la polilla. Símbolo es este tronco seco de un modo extraviado de entender la tradición. Los vizcaínos no tardarán en quitarle de allí, hay que confiar en ello; en el lugar que ocupa, otro renuevo asegurará la perpetuidad de ese símbolo de la Vizcaya perpetuamente nueva en que el progreso es tradicional y la tradición es progresiva.


Publicado el 12 de Agosto de 1.916

Por Gregorio de Balparda

En LA ESFERA.

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