¡Arriba la Villa!.- 1919
La última gran
sacudida a los espíritus al iluminar con enorme hoguera el porvenir, ha removido
las entrañas del pasado, y para darnos esperanzas, nos ha hecho zahondar en nuestros
más remotos recuerdos. Por lo que a mí, el que ahora y aquí os hablo, hace mi
conciencia impersonal, histórica, de ciudadano -¡de villano, más bien, y a
honra!-, no sólo nació en Bilbao, en mi Bilbao cuyo soy, sino que con él, con
la Villa, con la noble e invicta Villa de Bilbao puedo decir que se confunde y aúna.
Cuando en la
historia, no ya comprendida sino además sentida, medito, veo el pasado, y a través
de él el porvenir, como bajo un celeste arco iris de triunfo, y es porque le
veo mediante una bruma de lágrimas de añoranza. Es la bruma de lágrimas de los
recuerdos de mi Bilbao, sobre todo el de los dos decenios del 70 al 90. Y de
esa bruma de lágrimas de añoranza se desprende como un dulcísimo sirimiri, que
es el rocío de mis recuerdos sobre mis esperanzas.
De aquella Villa,
la de la vieja puente de su escudo y la del puente colgante de la canción; de
aquella Villa, en que aun se conservaba, en Uribitarte, el viejo y nativo curso
del Nervión, junto al canal que la ingeniería flamenca había hecho en el Campo
del Volantín; de aquella Villa del gigantesco penacho de la encina solitaria de
la Salve; de aquella Villa en que Adolfo Aguirre encontraba novedades, lo que
eran tradicionales ranciedades para nosotros; de aquella Villa noble e invicta
me sube un vaho de nobilísimas inquietudes y de fecundas luchas. Pero no
estrictamente las de hoy.
“LA S A L V E” EN BILBAO.
Marina de Tomas de Campuzano.- Dibujo
del mismo autor.
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Los de la Villa,
los villanos, en el más noble sentido, los burgueses si queréis -sí, burgueses-,
no estaban aun dominados y absorbidos ni por el forastero, el meteco, lo que
luego, y con palabra no vascongada –conviene repetirlo- se llamó maqueto -entonces
le llamábamos pozono-, ni por el Jebo o bato, por el aldeano. Después la
Villa, nuestra villa, se ha hecho campo de Agramante, de maquetos y de jebos,
de inmigrantes de fuera de Vasconia y de aldeanos. Y entre unos y otros, que propenden
o al socialismo o al bizkaitarrismo, el viejo liberalismo de la Villa, de
nobilísimo abolengo, aquel liberalismo que se nutrió de la Revolución francesa
y quién sabe si de la Reforma de hugonotes y jansenistas, aquel liberalismo ha
sufrido un eclipse. Pero yo le veo, y le veo renacer bajo el arco iris que
forma la bruma de lágrimas de mis añoranzas de la noble e invicta Villa.
¡Cómo recuerdo a
aquel caballero que fue D. Eduardo Victoria de Lecea y las veces que en su
casona solariega del arranque de la Cuesta de Zabalbide hablábamos, comulgando en
un mismo pan de historia, de nuestra Villa!. Y mientras comenzaba el período de
las huelgas, de las grandes huelgas, que no conocieron los viejos terrones,
hablábamos de las antiguas machinadas, cuando la aldeanería de la tierra
llana rugía sus furores contra la Villa de don Diego de Haro y del fuero de
Logroño y entraba acaso en ella a saco y se arremolinaba en torno al simontorio
de la venerable Basílica del Señor Sant Yago. Luego machinadores y huelgas
se han hecho crónicas.
Los unos, los que
llamábamos pózanos, sin raíces en la Villa, han llevado a ella
justísimas reclamaciones de un derecho universal, pero también una concepción
económica y materia lista de la vida, y los otros, los jebos, con
ciertas reclamaciones, no menos justas, han llevado a ella sus mezquinos
rencores y una grotesca mentalidad que se apacienta en liturgia, ortografía,
leyendas de contrabando y en el fondo una monstruosa vanidad rural de paicu que
se ha hecho señorito de la Villa.
¡Cómo me acuerdo de
aquellos Carnavales de hace cuarenta años y más y de lo que entonces significaba
el disfraz de jebo, de chorierrico o de arratiano!. Y eso que por
mis venas corre, con sangre vergaresa, sangre de arratiano. Aunque el viejo
solar de Jugo, hoy en Galdácano, de donde procedía mi abuelo, el de Ceberio,
perteneció muy antaño a la Villa de Bilbao, y entre los cabildantes de la Villa
le lee, en sus actas, desde muy antiguo. Jugos. Más ¿quién en la Villa hoy no
tiene sangre de pozano o de jebo? ¿Quién no lleva la
huelga o la machinada en las entrañas?.
La Villa, sin
embargo, nos hacía. Mis padres, por otra parte, habían ido a ella desde otra
villa: la de Vergara. Pero la Villa, nuestra noble villa de Bilbao, nos
amasaba, y nos yeldaba, y nos cocía el espíritu a los que lo dejábamos abierto
a la fecunda brisa de la historia. Aguas arriba del Nervión, padre de la Villa,
subíamos del ancho océano que besa los labios de las naciones todas el aire
salitroso que embalsama el anhelo de lo infinito y de lo eterno. Y este salitre
nos curaba de caer en la preocupación exclusivamente materialista de la huelga y en la
supersticiosa sentimentalidad rústica de la machinada.
“¡Aivá, pa que se le
diga!”. Así me reprochaban hace cuarenta años cuando yo soltaba, tal vez en la
Plaza Nueva -cuando había en ella novias henchidas de pájaros- alguna de las que
luego han llamado paradojas, los menalos y coitaos de entonces. ¡Pues bien, sí,
para que se me diga!. En aquel Bilbao; en aquel Bilbao del 2 de Mayo de 1874;
en aquel Bilbao que había salido de las machinadas -la última fue su
sitio y bombardeo- y no había entrado en las huelgas; en aquel Bilbao aprendí a
anhelar lo inasequible, a tener sed y hambre de lo infinito y de lo eterno; en
aquel Bilbao prometí culto a la libertad, a la claridad y a la pureza del
espíritu. El Pagazarri me sirvió de ara gigante del sacrificio del alma civil a
la historia que jamás se cierra y que siempre está acabada.
BILBAO. -FACHADA PRINCIPAL DEL “TEATRO
NUEVO”, INAUGURADO EN 1890.-
(De fotografía del Sr. Fábregas,
remitida por el Sr. Isasi.)
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¡Y volverán, sí,
volverán aquellas mismas viejas luchas, volverán las inquietudes de nuestros
abuelos de la Reforma y de la Revolución!. Volverá a soplar el viento de la
Azcoitia de Peñaflorida, de Juan Manuel de Altuna, el amigo de Rousseau;
volverá a soplar el viento del Bilbao de D. Mariano Luis de Urquijo. Problemas
pasados de moda, ¿eh?. Por encima de la cuestión de estómago asalariado que
hace las huelgas y por encima de la cuestión de vanidad aldeana que hace las machinadas
-reducidas ya a alborotos de romería o a trifulcas electoreras- se alzará
siempre lo que hizo la conciencia histórica de la Villa. ¡Arriba la Villa!.
¡Arriba, muy arriba!. Por encima del Pagazarri, los ojos iluminados de la Villa
ven de un lado el cabildo terrestre de los gigantes de Vizcaya -Vizcaya, ¿eh?,
con v y c y sin ridículas tonterías hetero-gráficas de jebos supersticiosos
e ignorantes- y del otro lado el ancho mar que besa los labios de las naciones todas
de la tierra. Esas montañas y ese mar
nos despiertan los problemas eternos de la Idea, y ante ellos huelgas y machinadas
son como chaparrones que cosquillean al mar o a la montaña. ¡Arriba la
Villa! ¡Más arriba! ¡Siempre más arriba!.
Publicado el 11 de Septiembre de
1.919
Por Miguel de Unamuno en el
semanario ESPAÑA.
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