Las dos ciudades.- 1919
Próximamente la hora en que la ría se tiñe con los reflejos
de ópalo del sol poniente y los marineros de los pataches que flotan junto al
puente de Isabel II cierran las escotillas para meterse a dormir, la Banda
Municipal sube al quiosco del Arenal, y este paraje, el más céntrico de Bilbao,
comienza a tomar un tinte animado y bullicioso. Allí van las costureras, uno de
los encantos más legítimos de la villa, los oficinistas, los obreros que
pudiéramos clasificar de más inteligentes, los empleados de todas castas; no
faltan las amas de cría. Allí está el Bilbao medio y más modesto que no tiene
medios de pasarse el verano fuera y recibe a pulmón lleno las auras un tanto
sofocantes de este antiguo barranco donde está colocada la población vieja. La
ironía popular ha dado a este punto un título lleno de ilusión bautizándole con
el nombre de Ostende. En Ostende, pues, se hace de todo. Se oye la música seriamente,
se discute de política, se flirtea y hasta se duerme.
Iluminación Nocturna de “El Arenal”.
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Antes el Arenal era
el punto de reunión del Bilbao entero. Allí acudían todas las clases sociales:
el obrero, el empleado, el millonario; se formaban paseos distintos; la
señorita podía ver, en el paseo de al lado, a la criada paseando con el
soldado; el hombre de carrera o el millonario transitaba junto a su empleado. El
Arenal era el verdadero centro de vida de toda la población. Después, no. Las señoritas
afortunadas quisieron formar su paseo aparte; se fueron a la Gran Vía; las
medio afortunadas las siguieron; tras ellas las cursis. En su intento de despegarse, aun hubo una
nueva separación. Aquellas buscaron otra acera; tras ella sobrevino el
acercamiento de las otras y los otros. Era un gran ejemplo del hecho de que las
diferencias económicas tienden a la creación de una seudo aristocracia desdeñosa.
Felizmente para las afortunadas y afortunados, aun le quedaba otro recurso y éste
decisivo: Las Arenas, sus “chalet” y palacios de la costa, el Club... La vida
comenzó a concentrarse allí, no solamente en verano, sino también en invierno.
Y ahora mientras el pueblo que no tiene para veraneos suda en Ostende allá
están ellos y también ellas dedicados a sus pasatiempos.
La iluminación en la “Plaza Nueva”
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Sobre el temperamento
de esta flotante aristocracia del dinero se han hecho durante la guerra
leyendas más o menos humorísticas, pero sin duda, como caso de generalidad,
mucho más cómicas que reales. No falta, es verdad, la gruesa y mofletuda
naviera señora del “parvenu”, que pide joyas de precio alzado o que condecora
sin tino sus abultados senos; es posible que se haya dado el caso del recién
enriquecido, indignado porque sus hijas tocan a cuatro manos el piano y corre a
comprarles otro; pero cualquiera de ellos u otros parecidos están muy lejos de
ser el tipo clásico del rico actual bilbaíno. Estos hombres no son zafios ni
torpes; al contrario, tienen cierto sentido aristocrático de la vida y al igual
sus mujeres. Saben leer con interés y compran libros y con más o menos afición
también cuadros. Conocen la literatura española, la francesa, quizá algo de la
inglesa, poseen cierta cultura científica. Su pecado no es ciertamente el
analfabetismo o sus derivados. Mejor sería llamarlos decadentes, no ciertamente
en ninguno de los siete vicios babilónicos, sino decadentes de temperamento de
la voluntad, del espíritu de acción. iCómo han bajado de sus predecesores!. Los
primeros, los del ferrocarril de Bilbao a Tudela, los de la terminación de la
guerra carlista eran hombres de pelo en pecho, “self made men”, hechos por sus
propias fuerzas, anti sentimentales, de franqueza bravía, enemigos de las
formas; abundaba el inmoral, el hombre despojado de toda clase de prejuicios, ese
tipo que, como todos los pueblos que viven a flor de naturaleza, le da con
bastante frecuencia el vasco. A la generación de aquéllos sucedió otra muy
distinta. Habían nacido ricos; ya no tenían experiencia de lucha. Nada educa
tanto como la lucha, la vida y el trabajo de los propios puños, y éstos se lo
encontraban todo hecho. Se educaban en las Universidades españolas, en Deusto
con frecuencia o en la rutina de sus oficinas. A partir de aquí empieza decididamente
la carrera del millonario político. ¡Y qué responsabilidad más grande la suya!.
El millonario se ha hecho conservador o liberal o republicano o nacionalista;
pero eminentemente conservador, siempre ha irradiado su espíritu a todos ellos.
El negociante, el rico ha mixtificado ciertamente el carácter de los partidos,
sobre todo de los rebeldes. En Bilbao, siempre ha habido una casta de hombres que
no tuvieron otro ideal que su villa, comerciante y próspera. Lo demás les
importaba muy poco. Podían ser españoles, franceses, turcos, con tal que la
cosa fuera bien. Con el Gobierno de Vizcaya estuvieron en continua lucha. Un
gran vizcaíno de empuje, Zamacola, trató de acabar con la hegemonía bilbaína a principios
del siglo XVIII y fracasó. Hoy en día, el Bilbao comerciante parece vengarse de
aquellos intentos, aprisionando en sus redes todos los partidos. El Bilbao
especulador posee como es natural la prensa; toda ella. Él informa y dictamina,
pues, en toda la política general y local. En los pueblos de Vizcaya y del país
vasco existen ideales fuertes de una o de otra clase, pero el dinero corre a
raudales en las elecciones y envenena la entereza aldeana; favorecidos por la
amoralidad política del clero, el aldeano vasco, este hombre capaz de dar un
producto admirable a la civilización, se corrompe e inutiliza. Las elecciones
son una vergüenza. El Estado tiene la mitad de la culpa. La otra mitad los
ricos y los curas. Yo no sé de nadie que haya predicado públicamente contra
estos abusos; en cambio, sí les he visto marchar al frente de sus feligreses y dar
su voto por una fuente, por un puente u otra merced semejante. Bajo la acción o
con la tolerancia de aquellos, los ideales de los partidos se agostan. Estos se
han mixtificado. Del liberal han tomado el nombre y han dejado las esencias.
Digamos algo parecido del republicano. Al nacionalismo le han puesto unos discos
y unos tonos de voz muy radicales, de un énfasis meridional, pero en momentos
decisivos le han prosternado ante unos regimientos ansiosos de revancha, le han
cortado las uñas y le han dado o permitido que le den un carácter ñoño y
estrecho. ¡Da pena pensar lo que podían haber hecho y no han hecho!. El Bilbao
heroico y liberal del 75 está siendo ahogado por una, atmósfera de cretinismo
mental espantable. Hay partidos que se pasan la vida discutiendo sus quilates
de catolicismo; el integrismo más imbécil, oculto con uno u otro nombre,
abochorna este país; está aún muy lejos de olvidarse la vieja y oportunista
fórmula de “el liberalismo es pecado”. Pues bien, el Bilbao especulador pudo
hacer un Bilbao grande y progresivo, de una potencia mental y material enorme,
social y alegre, donde no se discutieran estas necedades troglodíticas, ni se
proscribieran libros, ni se desangrara en luchas sin finalidad, y no lo han
hecho. Este Bilbao industrial, especulador, es liberal, pero sin entusiasmo por
sacrificar ni un gesto a esa idea. No han sabido hacer periódicos de altura, no han sabido
hacer una Universidad, no han sabido enviar sus hijos al extranjero a empaparse
de espíritu de ciencia o de técnica. Su indiferencia ha consagrado el triunfo
del integrismo y el de esta estúpida lucha de derechas e izquierdas. No han
sabido tampoco extender su poderío industrial. Especulan. Es el Estado, se
dice... Pues bien, no han sabido dominar al Estado.
Los millonarios de
otras generaciones tuvieron mucho más carácter. Se servían de todo si favorecía
sus intereses, pero con la seguridad y la franqueza del hombre fuerte. Sabían despreciar
al título por inútil, al político por charlatán, al militar también por inútil.
Estos han cambiado. Son más finos, más instruidos y saben halagar e inclinarse
ante los altos políticos. El título les hace gracia, aunque no tenga dinero.
También el militar, si lo tiene. En ocasiones le prestan su automóvil y le
ofrecen homenajes. Y en punto a “calaveras”, este tipo tan frecuente en Bilbao,
¡ah!, aquellos “calaveras” desenfrenados que se consagraban con toda su enorme
potencia a Baco y a Venus van desapareciendo. Los “calaveras” actuales tienen más
maldad, pero no tienen genio. Yo he oído en una ocasión: “Estos ni siquiera
saben gastar la fortuna del padre”. Y así es. Ya ni siquiera se arruinan los “calaveras”.
Estos muchachos y
hombres que pasan por el Arenal nos consuelan un poco de la decadencia de los
adinerados. El espíritu de acción, no de acción especuladora, sino de acción
trabajadora, parece haberse refugiado aquí entre estos capataces o maestros de
obras, entre estos jóvenes ingenieros o estos oficinistas que bromean con estas
alegres costureras, que sonríen más que las señoritas. Este es el Bilbao más
alegre y también el más emprendedor. Los casos de algún genio o de algún
espíritu audaz que se han visto durante la guerra han salido más bien de aquí.
Yo podría citar algunos de estos que saben recorrer cientos de kilómetros a pie
o en bicicleta por Castilla o Extremadura o Andalucía, explorando minas o
saltos, explotaciones de algún género. En punto a espíritu, corre un instinto
fuerte de rebeldía de juventud, de algo nuevo; desgraciadamente los otros dominan
la imprenta y los partidos y el tiempo se pasa sin salir nunca de un
sentimentalismo estéril.
¿Quién de estas dos
clases es más digna de tomar el gobierno de la ciudad y del país, aquel
gobierno que sólo debe pertenecer a los mejores?. Platón, el aristocrático
Platón, se vería un poco perplejo. ¿Es que los dominadores han producido una
casta superior?. ¡Si eso fuera verdad!. ¡Bien venida la esclavitud si a favor de
ella pudiera nacer el superhombre!.
Pero es el caso que el capitalismo moderno, en lugar de
producir el superhombre, no ha dado en la mayor parte de los casos, sino el
degenerado. Es algo casi matemático, que en familias ricas, recién ricas sobre
todo, el hijo está muy lejos de ser lo del padre y el nieto mucho menos aún. Se
podrían poner muchos ejemplos tristes en un escenario tan a propósito como el
de Bilbao. Ya desaparecieron las viejas dinastías de los comerciantes
bilbaínos, en cuanto se hicieron muy ricos y claudicaron con el ocio. El ocio
es peor que la sarna, dice el Eclesiastés. Y es el caso que sólo un alto ideal
de clase, una lucha continua puede mantener en el trabajo continuo a los
adinerados y sostener el relieve de una clase. La nobleza inglesa ha sido un
producto maravilloso. Pero aquí no hay que pensar en eso. Además que el problema
no es de mañana, es de ahora.
¿Acaso estos
modestos paseantes podrían sustituir de pronto la dirección política o la
técnica o la administradora de los otros, de los opulentos?. No nos hagamos
ilusiones. Educados poco más o menos como el otro, no pueden ser muy distintos
de él. Tienen, sí, Seguramente, más genio, más carácter, más audacia, pero les
hace falta algo más: “capacidad”.
Bilbao. Astilleros Euskalduna, al fondo
Deusto.
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Y este, el problema
de la capacidad, de la dominación de las clases medias y de las modestas, es no
solamente de Bilbao, de nuestra villa agitada y en estado de formación, sino en
España entera. La dirección de los altos ha fracasado. No han sabido dar altas
capacidades ni a la ciencia, ni a la agricultura, ni a la industria, ni a la
política, ni a nada. Los grandes capitalistas no han hecho grandes figuras ni
de sí propios ni de sus hijos; los terratenientes no han puesto el pie en sus
tierras ni se han preocupado de mejorarlas absolutamente, los industriales
apenas han creado, pero en cambio han especulado a más y mejor. De la clase
media han hecho sus siervos. Del abogado hábil han formado el político de su
hechura, del militar el defensor de sus intereses, del juez el amparador de sus
caciquismos. La clase media se ha relajado en buena parte. La revolución de las
clases medias que inició la Revolución francesa no ha llegado todavía a España.
Sin embargo, la reacción comienza. La juventud de la clase media se hace más
fuerte, se acerca a las clases modestas; la reforma palpita.
En su libro “The
evolution of modem Germany”, Harburt Dawson describe el caso del obrero o del
empleado alemán que al volver del servicio dedica su primera visita al jefe de
la oficina o del taller,- que, millonario o no, sabe trabajar diez y once horas
y tomarse nada más que quince días de vacaciones. Esto está muy bien; aquellos
se lo pueden merecer. Los capitalistas alemanes morirán con gloria y habrán llenado
dignamente el papel que les designe la historia. En cuarenta años levantaron a su
país por encima de los otros y a punto estuvieron de conquistar al mundo. ¡Ah!
Aquellos sí que fueron unos chapel-aundis; en cambio casi todos los nuestros,
los de ahora, no los de antes, no son más que unos chapel-chiquis.
Bilbao. El Arenal.
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No nos quedan,
pues, sino los hombres de las clases modestas, los aldeanos, los técnicos, los
modestos hombres de carrera, los jóvenes de la Universidad. Capacitarse, he
aquí la fórmula. Yo daría una solución un poco prosaica quizá, pero eficaz de
dominio. Los presupuestos municipales o provinciales o del Estado deben elevarse
a su máxima capacidad para ello. El trabajo debe dominar a la especulación. El
dinero de la especulación debe emplearse en su servicio y su prosperidad, si es
necesario obligatoriamente. Las clases medias y modestas deben adquirirla a
costa de la especulación. Los jóvenes deben ir por ese medio al extranjero, adquirir
la ciencia, la técnica, la ilustración donde sea preciso. “Capacitarse”. Es
claro que para eso la ciudad del trabajo debe desplazar a la ciudad de la
especulación del dominio de la política.
Publicado el 11 de Septiembre de 1.911
Por Ramón de Belaustegruígoitia
En el semanario España.
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