Castro Urdiales en 1874. (1)-Interior del Puerto. (2)-Vista
general de la población. (3)-Monasterio Arruinado. (4)-Puerta de la Parrera.
(5)-Ensenada de Castro Urdiales y costa adyacente.
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He ido la primera
desde Portugalete, por el camino más próximo a la costa; pero dejando a la derecha
los dos montes Levantes que avanzan sobre el mar con sus casquetes cónicos,
como centinelas avanzados de la ría bilbaína. Antes de llegar a Abando y de
unirse a la carretera que viene de San Julián de Musques, corta ese camino el
campo de batalla de 'Somorostro, y pocos kilómetros más allá penetra por La
Rigada, en la provincia de Santander, donde ya se separa muy poco de los
acantilados de la costa. La línea fronteriza es, en efecto, puramente
arbitraria. Corren las mismas laderas de hayas y de robles hasta las últimas ondulaciones
de los montes. Brezos, espinos y árgomas dan la nota agreste, donde el trabajo
de los caseros ya ha mullido el terreno para plantar su huerto. No ha cambiado
el color n¡ el tono del paisaje. Ni tampoco son distintos los edificios; y esto
por una gran razón que se dirá más tarde. Si no encontráramos la advertencia escrita
en un poste del camino y al lado la caseta de arbitrios, no nos daríamos cuenta
del tránsito. Luego vienen los puertecitos mineros:
Ontón, Mioño, Losa. Sigue la carretera por el despeñadero de
Salta-Caballo. No muy lejos de allí cayó hace poco tiempo un automóvil de D.
Ramón de la Sota, muriendo en el accidente una de sus hijas y el padre
Elizondo. Y desde esa altura, avanzando por uno de estos paisajes bravos que
tienen por horizonte la inquietud del Cantábrico, se llega a Castro Urdiales. Y
es curioso ver el contraste de la hosquedad de la tierra y la fiereza del mar
con estas casitas limpias, blancas, pequeñas, que dan idea de una humanidad
infantil. Tan recogidas, tan lindas, que empiezan a evocar ya la civilización de las playas de moda; y es preciso entrar muy
adentro en el corazón de la vieja Castro Urdíales para ver las viviendas do los
marineros, que por su modestia y su rudeza están más a tono con la naturaleza de
las peñas cántabras.
He ido la segunda
vez, en expedición inolvidable, con Valle-Inclán y con el doctor Areilza,
persiguiendo ya un itinerario de la guerra civil, en dirección contraria a la
marcha del ejército libertador, primero por el anfiteatro de Somorrostro y
luego bajando hacia Galdames para buscar el alto do las Muñecas. Desde aquí
hasta Castro Urdíales se extiende una llanura vastísima, cara al llano de las
Encartaciones. También por este lado la sierra es igual de la parte de Vizcaya
y de la parte de Santander.
Y he ido también
desde Las Arenas a Castro Urdiales en hidroplano. Viaje rapidísimo de diez
minutos, para fondear dentro del puerto, en medio de la calurosa y ruidosa
acogida de la pequeña marinería. El avión lo iguala todo. Separa el monte del llano
y dibuja el camino que van siguiendo las cordilleras. Razona todas las
diferencias de altitud, conduciendo los montes hasta verles morir en el mar. Pero
no acierta a distinguir el término de una provincia y el principio de otra. Lo
último que puede decirnos, en el último
giro de gaviota que traza sobre el pueblo antes de posarse en el agua, es que llega
a una, venerable ciudad
-grande o minúscula-; que salen a recibirle la torre ríe una iglesia gótica y
los altos muros do un castillo en ruinas. Vetustez, antigüedad, recuerdos de
pasados linajes y de trabajos y glorias pretéritas. La torre de la iglesia es
mocha. Falta la aguja, y su aspecto es, más bien que el de un templo, el de una
fortaleza. El castillo está convertido en faro, y al pie de la Torre del
Homenaje, sobre las mismas rocas en que se asienta, comienza el espigón del
puerto moderno. Generaciones de marinos seguirán lanzándose desde esas rocas a
la lucha con el duro mar Cantábrico.
Las traineras que aguardan dentro del puertecito viejo
tienen, sin embargo, un aliento más que las antiguas. Tienen su motor. Los
marinos castreños de hoy, arriesgando
menos, pueden aspirar a más.
Pero no es un
puerto de Vizcaya el de Castro Urdíales, ni su comarca es vascongada. Lo que ocurre
viniendo por la costa, por el llano o por el aire es que la Vizcaya tradicional,
de raza, de lengua, de costumbres y de paisajes, la hemos dejado a la otra parte
de la ría. Desde Portugalete para acá todo es Cantabria, en la primera,
acepción, en la que reivindicó el buen padre Flórez. De las Encartaciones para
arriba se habla castellano en todos los pueblos que hemos ido encontrando,
pescadores o mineros del hierro o simplemente labradores. Por allí entra la
tierra de Castilla hasta la misma margen del Ibaizabal, y no pueden
diferenciarse en nada esos pueblecitos, ya estén a la derecha o a la izquierda
de la línea fronteriza.
Quizá la división
provincial tuviera el acierto de reunir con la ribera vasca esta otra zona de
las minas, que viene a ser como una pequeña zona del Rhur, industriosa y fabril.
Gracias a ella ha sido posible la creación de una gran ciudad como Bilbao.
Hoy es indiferente
que la franja anexionada por Vizcaya sea un poco mayor. Los castreños sabrán en
qué les favorece su agregación a Vizcaya, que probablemente no solicitarían si
Santander fuera también provincia de régimen concertado. El concierto económico
tiene más fuerza que los límites geográficos e históricos y sus ventajas son mucho
menos discutibles. El éxito es fuerza, y la Diputación vizcaína puede hoy más
que la de Santander, aunque nada hay eterno en la suerte y prosperidad de las
regiones, y a esta provincia castellana le espera brillante porvenir.
Castro Urdiales en 1889.
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Publicado el 10 de Enero de 1.925
Por Luis Bello en LA ESFERA.
¿por qué dice lo siguiente si está publicado en 1910 ?.: "persiguiendo ya un itinerario de la guerra civil"
ResponderEliminarEn realidad el autor se refiere a la última guerra carlista (1872-1876), no a la guerra civil española (1936-1939).
ResponderEliminarUn cordial saludo.